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Recuperamos aquí, en homenaje a Jean-Luc Godard, un texto que Felipe Vega escribió para la revista en el especial dedicado al director en diciembre de 2010 con motivo del estreno de Film Socialisme. El texto, publicado originalmente en el núm. 40 de la entonces Cahiers du cinéma. España, ha sido revisado para esta ocasión por el autor. En el próximo número de octubre de Caimán Cuadernos de Cine publicaremos un completo dosier especial dedicado al cineasta.

El más conocido de los olvidados

Je suis le plus connu des gens oubliés.

J´ai toujours voulu le deux à la fois,

Me faire connaître et me faire oublier” [1]

(Jean-Luc Godard, en una entrevista de 1977)

En 1982, de regreso a su Suiza natal, instalado en Rolle, un tranquilo pueblo situado en la orilla izquierda del lago Leman, Jean-Luc Godard rueda por encargo del director de la filmoteca suiza un cortometraje de once minutos titulado, Lettre à Freddy Buache. À propos d’un court métrage sur la ville de Laussane. La voz en off del cineasta que acompaña imágenes y sonidos comparte su temor por la dificultad que supone para él finalizar con éxito el encargo de Buache.

“Querido Freddy, me gustaría decirte por qué no voy a poder cumplir con tu encargo…”, dice esa godardiana voz en off. Y en otra de sus ingeniosas piruetas dialécticas, el autor de Le Mépris (1963) aborda una deliciosa paradoja en la que sin aparentemente cumplir con lo que se le pide, lo está logrando al tiempo que construye una atrevida pieza visual sobre cómo abordar el tema. Es decir, hace un “creo que no sé cómo hacer lo que estoy haciendo”.

La vida de Jean-Luc Godard ha sido siempre así. Su empeño en llevar la contraria ha llegado a irritar a muchos durante más de sesenta años. Lo que hace peculiar al cineasta suizo no es la cantidad de espectadores y seguidores que ha estado perdiendo por el camino, sino las nuevas y jóvenes adhesiones que se han ido sumando en su larga travesía por el desierto.

De todos modos, hay que tener en cuenta un factor fundamental, e implacable, de los últimos veinte años, que, desde luego, no solo afecta al cineasta suizo. Su obra se ha ido haciendo absolutamente minoritaria. Con sinceridad e ironía, tal como él predecía, ha conseguido ser invisible para la mayoría de espectadores de cine.

Sea como sea, lo cierto es que en la actualidad cada vez resulta más difícil ver un trabajo de Godard. Se ha vuelto complicado saber cómo y por dónde andaba. De modo que la valoración sobre su aportación al cine está en relación directa con lo último que sepamos de él. Algo evidente con respecto a la mayoría de cineastas en situaciones parecidas, pero no tanto en el caso Godard. Y menos aún en nuestro país, tan limitado en sus contactos con el exterior. No solo se trata de mirar en You Tube, sino de saber quién era Jean-Luc Godard, si es que ha existido, y qué parte de su obra figura en ese dispositivo digital. Ese es L’État des choses, que diría el alemán Wenders. Por cierto, un título que al parecer le encantaba al cineasta suizo.

A bout de souffle. Caiman Ediciones

Hay espectadores (y gente de cine) para quienes Godard representa, casi exclusivamente, su À bout de souffle de 1960. Hay espectadores (y gente de cine) para los que la obra del suizo puede alcanzar –como mucho– su Masculin, féminin y el año 1966 para desaparecer como un riachuelo hasta Sauve qui peut (la vie) de 1980, desconociendo por completo el Godard maoísta del Grupo Dziga Vertov, recuerdo de mayo de 1968.

Puede que haya espectadores (y gente de cine) para quienes Godard vuelva a existir gracias al ridículo escándalo creado alrededor de su Je vous salue, Marie de 1985. La primera vez en la historia de este país en que se pudo ver escrito su nombre en algunos muros de Madrid con este elocuente mensaje: “Godard, cabrón”.

Hay espectadores (y gente de cine) que alcanzan a ver su Éloge de l’amour en 2001 y, fugazmente, Notre musique en 2005. Y eso es todo… El resto de espectadores (y gente de cine) se ha acercado a la obra godardiana o viajando al extranjero a alguna filmoteca, o recurriendo al mundo del pirateo y las ediciones en DVD.

Notre musique. Caiman Ediciones

Entonces, ¿qué podemos recordar de las míticas hazañas godardianas?¿Tal vez que empezó por alterar las reglas del montaje convencional, la dirección de actores, el concepto de guion y que introdujo “el veneno de la política” en las entrañas del acomodado cine burgués? ¿Somos capaces de recordar que ha sido de los primeros en utilizar el vídeo como herramienta de combate político, sabiendo que jamás sería programado por una cadena de televisión? ¿Recordamos, u olvidamos, que puso en evidencia la galopante anemia que padecen imágenes y sonidos en casi todas las obras cinematográficas? ¿Tenemos en cuenta que el autor de Le Petit soldat demostró que la verdadera filosofía tiene cabida en el cine y no un demagógico doble de la misma? ¿Olvidamos que su estilo ha seguido siendo fiel a formas visuales en perpetuo y vacilante cambio, ajenas a los intereses de este negocio denominado ahora el audiovisual? Tal vez sea recordar demasiado.

Hay excesivos Jean-Luc en Godard para una época como la nuestra, de memoria tan escasa. Y un exceso de aciertos fascinantes e imágenes estériles juntas como para analizar su caso como quien diagnostica una enfermedad contagiosa. Su cine siempre se ha deslizado entre lo brillante, lo arbitrario, lo banal y lo aburrido con excesiva velocidad como para dictar una sentencia equilibrada. Y para colmo, el propio Godard no pidió nunca justicia. A lo más, reclamó algo de interés por este arte, partiendo del ingenuo error que significa considerar al cine como arte, claro.

Siempre he creído que Godard era un director necesario para la gente de cine. Me equivoco rotundamente, lo sé. La gente de cine, por lo habitual, está en otra película. Godard les ha asustado siempre, más aún que a sus escasos espectadores. Para colmo, en muchas ocasiones, con actitud soberbia y recalcitrante, Godard ha jugado a ser el Pepito Grillo del cine.

Hace casi treinta años, Wim Wenders me puso un ejemplo de cómo podía ser el trato con el autor de Pierrot le fou (1965). “Es como un niño. Si estás comiendo con él, le gusta pincharte con el tenedor en la mano. Pero si tú le haces lo mismo, se queja de que le haces daño”, dijo el alemán.

Durante un Festival de Cannes, en los ochenta, un crítico de nuestro país salió espantado de una de sus películas. Horas después, tras asistir a la rueda de prensa, el mismo crítico vociferaba: “¡Es cojonudo todo lo que dice este tío!”.

Con exquisita ironía, Néstor Almendros, director de fotografía español afincado en París, me comentó que había tres autores con los que jamás haría una película: Robert Bresson, Maurice Pialat y Jean-Luc Godard. “Yo no he venido al cine para sufrir”, apostilló con firmeza. Alain Tanner, cineasta suizo, hombre que le admiraba y que vivía cerca de su casa, prefería no encontrarse con él para no llevarse un berrinche… En fin, el azar se ha llevado a ambos cineastas al mismo tiempo.

Más allá de las anécdotas, Godard recuerda a un cruce entre un ensayista literario perdido en una biblioteca y el profesor chiflado de Jerry Lewis. No hace falta más que ver el humor a lo Blake Edwards que empleaba hacia sí mismo cuando aparecía en sus películas… ¡Esas gorras de lana con pompón…! ¡Los habanos de Groucho Marx! ¡Sus dibujitos con rotuladores!

Como el cineasta Chris Marker, Godard hacía cine desde que se levantaba hasta que se acostaba. Vivió en un laboratorio inmaculado, rodeado de todo tipo de maquinaria cinematográfica, provisto de toda clase de novedades técnicas, y enfrascado por completo en las imágenes, en el más amplio sentido de la palabra. Como cualquier científico excéntrico que se precie, sus criaturas eran montadas con toscas piezas, mal ensambladas, como extrañas y horribles formas visuales que intimidan, desconciertan. “Là ou je serais, j’ai êté, là ou je serais, je serais mieux” [2]

Pero de pronto, viendo un Godard surge por sorpresa una imagen, un sonido, un sonido más una imagen, una imagen muda, otra en blanco y negro, un destello verbal, un largo fundido encadenado, un corte de plano irregular, un encuadre en Technicolor rodado como si este sistema técnico no se hubiese utilizado nunca. Se escucha el sonido de una cadena de bicicleta camino abajo. Vemos su nerviosa figura en el paisaje nevado suizo. Nos topamos con el encuadre de una ventana jamás visto. Descubrimos el azul del cielo al atardecer, como si este hubiera sido rodado por primera vez. Sentimos un susurro humano, un breve pasaje musical, y después el silencio, un movimiento de Mozart… Y su voz. Su peculiar acento suizo, nasal, citando a Wittgenstein. De improviso, estamos en el cine mudo y a la vez en los experimentos visuales más modernos. Historias del cine… Como diría el documentalista Johan van der Keuken, “en el cine todo se ve siempre por primera vez”.

Por eso, los pocos espectadores que le quedamos nos sentimos agradecidos de que nos permitiera, aunque fuera de manera intermitente, recuperar una intensa sensación de cine, una mirada libre, limpia, que creíamos perdida para siempre. Mientras tanto ahí estaba él, repitiendo como una letanía, “Le cinéma va mourir très jeune…” [3]

Sabíamos que segundos, minutos después, el autor de Deux ou trois choses que je sais d’elle (1967) nos sacaría de quicio con alguna de sus ocurrencias visuales y sonoras mal traídas, exhibiendo un pesimismo un poco impostado sobre el futuro del cine, como un homeless perdido en la fronda del parque.

Pero “Jeanot” sabía bien que algunos cientos de espectadores no se lo tendríamos en cuenta porque merecía la pena echar un vistazo a sus últimos ‘frankensteins’. Y, además, ¿qué, demonios? ¡Está claro! Las puertas de las salas de cine están ahí para entrar o salir. Los televisores para apagarlos. Los móviles para mirar y apenas ver nada… Nadie nos obliga a quedarnos. Nadie nos fuerza a irnos. ¿O sí? Puede que la anécdota de Wim Wenders tenga más sentido que el que parece a primera vista. “El tenedor duele, y sin embargo…”

P. D. El último Godard del que tengo noticia se titula “Le Livre d’image”. Fue rodado hace cuatro años…

Felipe Vega. 2022. Madrid.


[1] “Soy el más conocido de los olvidados. Siempre he querido ambas cosas a la vez, que me conozcan y que me olviden”.

[2] “Allí donde vaya, ya he estado. Allí donde esté, estaré mejor…” Cahiers du cinéma, número 400.

[3] “El cine va a morir muy joven…”