Hacia la mitad de Hiver à Sokcho, una de las muchas conversaciones entre Sooha (Bella Kim), una joven coreana, y Kerrand (Roschdy Zem), un turista francés de mediana edad, cambia con respecto al resto de momentos compartidos por ambos en lo que respecta a su composición visual. Mientras comparten la cena, en el centro del encuadre quedan los torsos de ambos: una elección que sitúa las manos de los personajes en el centro de interés de la imagen, y que les niega a sus rostros entrar en plano. Este elogio de la mano es una constante en el primer largometraje de Koya Kamura, un film táctil y sensorial que evoca el mágico poder de lo manipulativo, de lo artesano por encima de lo digital. Desde un cierto lirismo, el cineasta se sirve de la animación, de una sencilla acuarela de trazos blancos sobre fondo negro, para trasladar a la pantalla el entramado emocional de Sooha. Estas secuencias animadas, junto con varias escenas de imponente belleza, rompen en parte ese aire que por momentos adopta la cinta y que remite a títulos como Lost in Translation (Sofía Coppola, 2003) o Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995). Kamura huye de lugares comunes y se adentra en lo trágico desde la contención, y en lo romántico desde el realismo. Un film que abraza, que acaricia, igual que esas manos que una y otra vez aparecen en pantalla.
Cristina Aparicio
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