Debería haberles comentado Fanny Lye Deliver’d en el segundo día de este festival que ya termina, pero las restricciones pandémicas me obligaron a cambiar mi orden de visionado. Ahora por fin la abordo, en la última crítica que voy a escribir desde Sevilla, y debo decirles que no hay mal que por bien no venga: no es una de las mejores películas de una sección oficial memorable, pero sí dice mucho tanto acerca del estilo de programación del certamen como sobre algunas de las cosas que están ocurriendo en el cine de ahora. Muchos pueden preguntarse qué sentido tiene hacer coincidir en una misma franja del festival películas, por un lado, como Dau. Natasha y Malmkrog, y otras, por ejemplo, como Borrar el historial y la propia Fanny Lye Deliver’d. Las primeras pertenecen a una tradición que tiene que ver con el cine de la modernidad, con la herencia de la cultura humanista (por llamarla de algún modo), y representan la culminación extrema de un cierto “arte y ensayo” que procede, por lo menos, de los años 60. Las segundas no se toman en serio ese legado y prefieren regresar al género, incluso a su lado más popular y desprestigiado. Al mismo tiempo, es innegable que hay festivales que nunca mezclarían esos dos estilos, y también que su presencia simultánea, por ejemplo, en Sevilla, acaba provocando desconcierto en determinado público y cierta crítica, lo cual a estas alturas no acabo de entender muy bien.
En el caso de la última película de Thomas Clay, autor también del guión y de la música, está muy claro que sus ascendentes se sitúan más del lado de Sergio Leone que en la estela de Carl T. Dreyer, por mucho que el argumento haga pensar en este último. Pues la historia de la Fanny del título (la esposa de un puritano inglés del siglo XVII obligada a enfrentarse a la tentación y el pecado representados por una pareja de fugitivos que acaban recalando en su granja) no transita nunca senderos que tengan que ver con los dilemas morales o religiosos, sino que prefiere el trazo grueso, la sangre e incluso a veces el gran guiñol. Hay primerísimos planos de rostros casi deformados por la excesiva proximidad del encuadre, e igualmente hay situaciones llevadas al límite, cuyo sentido del ritmo tiene que ver más con la brocha gorda que con el matiz. Es ahí donde Clay patina, pues incluso el exceso necesita siempre un equilibrio, algo que la película pierde en una segunda parte demasiado precipitada y efectista. Pero es ahí también donde Fanny Lye Deliver’d (que en el fondo muy bien podría haberse titulado Fanny Games, si es que quería jugar a fondo la carta de la caricatura) se muestra claramente como lo que es: un alocado pastiche, no solo de referencias, sino también de decisiones de puesta en escena, capaz de mezclar el western claustrofóbico y el historicismo británico, la parábola feminista y la fábula morbosa, la tradición y el revisionismo. Incluso la voz en off que cuenta la historia se sitúa en un futuro indefinido, como si a la película también le interesara interrogarse a sí misma sobre temporalidades narrativas que, por otra parte, esta sección oficial ha explorado igualmente en esas películas mencionadas que nada tienen que ver con esta, por lo menos en apariencia. ¿O es que ese tipo de divisiones ya no tiene ningún sentido? La respuesta, quizá, el año que viene. Si nos dejan y permiten.