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La dupla de hermanos formada por Bill Ross IV y Turner Ross, conocidos por Bloody Nose, Empty Pockets, vuelven a aventurarse en un lenguaje propio que se ubica fuera de los códigos establecidos de ficción o no ficción con su más reciente film, Gasoline Rainbow. Nathaly, Makai, Tony, Micah y Nichole son cinco adolescentes de Wiley, un pequeño pueblo de Oregon, quienes, tras graduarse del instituto, emprenden un viaje de 825 kilómetros hasta la Costa del Pacífico. Conscientes de que la vida adulta los espera a su regreso, Gasoline Rainbow registra el último gran grito de juventud de este grupo de chicos que representan no solo una generación sino un sentimiento inherente al momento vital que atraviesan. Y es que si no fuera por la presencia de iPhones y otros detalles que nos ubican en el mundo contemporáneo, bien podríamos pensar que el film retrata a una generación pasada, lo cual reafirma ese espíritu que se mantiene a través de los años y una cierta universalidad en la experiencia adolescente. Con ecos a Gus Van Sant, Richard Linklater, Gia Coppola o incluso al Jonás Trueba de Quién lo impide, los Ross retratan el deseo generalizado de dejar atrás las raíces y volar hacia destinos desconocidos sin saber realmente a dónde se quiere llegar. Las voces en off de estos jóvenes errantes nos permiten conocer sus pensamientos más íntimos mientras los vemos perseguir nuevos atardeceres día tras día, capturados una y otra vez por la cámara de los Ross en ese retrato del paisaje de la costa oeste de Estados Unidos. La sensibilidad propia de los directores se percibe en su búsqueda de lo real y en la capacidad que tienen para hallar la emoción genuina incluso en los momentos más banales y cotidianos. Porque Gasoline Rainbow es, en esencia, una historia sobre la vida misma; una oda a la rebeldía y la amistad. Todo esto, sumado a una amplia diversidad racial, hacen del film de los Ross uno de los relatos coming of age más sinceros que podemos ver hoy. Daniela Urzola