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Javier H. Estrada.

Film crepuscular pero absolutamente coherente con la filmografía de su realizador, Eter funciona como catálogo de muchas de las obsesiones de Krzysztof Zanussi. La interacción entre la física y la filosofía, el mito de Fausto, la espiritualidad y la perpetua cercanía del vacío se dan cita en su último largometraje, como sucedía en los que marcaron su extensa trayectoria: de La estructura de cristal (1969) a Foreign Body (2014), pasando por sus ya lejanas obras maestras Constans (1980) e Iluminación (1973). En la antesala de la Primera Guerra Mundial, un doctor en pleno delirio de ambición desafía las leyes de la ética y la ciencia persiguiendo un objetivo tan atractivo como perverso. Su meta no es curar enfermedades, sino transgredir los códigos del cuerpo, experimentar con sus reacciones, alcanzar la dominación del otro. Para ello toma el éter como herramienta y a coetáneos ignorantes como cobayas.

Resuenan los ecos de Goethe, Thomas Mann o Wagner, pero ante todo Zanussi toma el tríptico medieval de Hans Memling El juicio final como imagen primigenia y base estructural, exponiendo el estado de ánimo exaltado y veladamente tenebroso de aquellos tiempos en los que el hombre occidental volvió a creerse omnipotente, aproximándose por tanto al abismo.

Pieza íntima articulada en base a brillantes movimientos de cámara y una paleta de colores densos y expresivos, Eter representa de forma convincente la podredumbre interior y la codicia que llevaría a la guerra. Es quizás el excesivo empeño de Zanussi por aportar una elevada cota de gravedad, y ante todo su determinada voluntad moralizante, lo que encadena al film, derivando en un tono ciertamente caduco. El veterano realizador bascula entre su extraordinaria capacidad para narrar la deriva existencial y su tendencia a aleccionar a sus personajes con doctrinas teológicas, desluciendo el que podría haber sido otro monumento en la filmografía de uno de los autores clave de la cinematografía polaca.