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“Me interesa lo pop, vengo de la cultura de las canciones con estribillo”

¿Cómo se enfrenta alguien que ya ha cumplido los cincuenta años a una temática como la que aborda Las gentiles (2021)?

En realidad, siempre he tratado este tipo de cuestiones. Además, ahí están Larry Clark o Gus Van Sant que también lo hacen. No es nada nuevo. Al final, el director tiene que ponerse en el pellejo de lo que escribe. En este caso, me interesé por el tema, y el tema involucraba a mujeres adolescentes, así que no tuve más remedio que indagar, si bien he de decir que, para mí, meterme en la cabeza de una generación que no es la mía no fue lo más costoso. Se trata de una narración en primera persona pasada por el filtro de las redes sociales, y eso está sacado de la realidad. Desde ese punto de vista, la estructura ya venía dada. Se trataba de tomar cosas de la realidad que me servían dramáticamente y ordenarlas. A partir de ahí, en tanto guionista y director, se trata de meterte en ese mundo, algo que cuesta menos de lo que parece cuando entran a trabajar actrices como África de la Cruz o Paula Díaz, que no solo hicieron que la película cogiera músculo, sino que intervinieron directamente en el guion.

Lo que más trabajo me ha costado, en realidad, ha sido lo que llamo el encuentro tecnológico. Mi generación no ha crecido con las redes sociales -de hecho, las empecé a utilizar para seguir a las actrices durante el rodaje e incluir cosas- y siempre las vi como un escaparate destinado al postureo, cuando en realidad es otra cosa, un lenguaje al que no estamos acostumbrados, su medio de comunicación natural. Me costó adaptarme a esa nueva gramática, y lo conseguí con la ayuda de las actrices.

¿Hasta qué punto influyeron las actrices en el proceso creativo?

Soy un director de actrices muy abierto, porque creo que, al final, las que le ponen carne y le dan forma a la literatura, son ellas. En este caso, además, yo me sentía en desventaja, porque estábamos en un territorio que les pertenece a ellas más que a mí. De hecho, ellas quedaban para ensayar y modificar cosas que luego me traían como propuestas, por lo que en la película hay escenas o partes de escenas que son creación suya. Además, tienen una forma de interpretar muy emocional, por lo que algunas de las cosas que se ven en pantalla no son indicaciones del director, son ideas suyas que a mí me parecieron fantásticas. Ellas han ayudado a construir los personajes durante el rodaje y les han dado solidez, incluso desde la escritura, porque las redes sociales tienen un tono tan elevado, con esa presencia rotunda no solo ya del ‘yo’, sino del ‘mejor yo posible’, de gente que quiere mostrar constantemente lo mejor de sí mismo, que necesitas a alguien que este habituado a ese lenguaje para que te ayude, por ejemplo, a que la tristeza sea mostrada de una manera hermosa.

Es más, ellas me ayudaron a rebajar el tono de algunos textos sacados de la realidad porque les parecían excesivos y a enriquecer otros a los que ellas notaban que les faltaba algo. Para eso, el equipo, repleto de gente como yo que frisamos los cincuenta, con muchos tiros dados y unas cuantas películas a las espaldas, tuvo que estar abierto a lo que ellas aportaron. Buscar un vestuario que se asemejara lo máximo posible a la ropa que ellas llevan normalmente. Utilizar una fotografía (obra de Álex Catalán) con poca iluminación. Dar una apariencia de sencillez. En resumen, crear una atmósfera en la que ellas estuvieran cómodas. Algo que, a la hora de rodar, es justo lo contrario de lo que aparenta, porque para buscar esa naturalidad tienes que estar moviéndote constantemente (trabajamos sin marcas) y obligas al director de fotografía a componer el plano a cada instante. Todo eso parte de un guion breve que se traduce en una película con pocos planos y con una duración reducida no porque se nos hayan caído secuencias en el montaje (solo dos y porque me parecía que entorpecían la narración), sino porque se buscaba una concentración que nos permitiera exprimirlas lo máximo posible.

Para cerrar el capítulo actoral, ¿cómo fue la selección de actrices?

El primer acierto es de las directoras de casting. Tuvimos alguna discusión sobre la elección de las actrices, pero tienen mucho carácter y terminaron convenciéndome de que les comprara sus apuestas (y yo mostré mis reticencias). Solo puedo decir que acertaron de pleno.

Después están las casualidades de la vida, cosas que parecen impensables pero que ocurren. La elección de África de la Cruz fue una cosa marciana. Sucedió un día de esos que sales a las doce del mediodía a tomarte una caña y terminas a las diez de la noche en el bar de siempre, digamos que con el espíritu alegre. Recuerdo que estaba con mi mujer y mis dos niños, y me acerqué a la barra a pedir. África era la camarera. La escuché hablar y vi al personaje (todavía estábamos levantando la financiación). Así que le solté el rollo (no quiero ni pensar lo que pasaría por su cabeza en ese momento). Un amigo músico que andaba por allí, recién salido de casa y fresco como una lechuga (no despertaba sospechas), le confirmó que yo era quien decía ser y que aquello no era una tomadura de pelo, y ya, días después, ella se informó de quién era yo y vio que todo era verdad y que la cosa iba en serio. Cuando hicimos el casting le dije que se presentara y fue la mejor con diferencia. Llámalo casualidad cósmica. Yo la vi y era ella, y cuando se puso a hacer el personaje, era ella. Y fue capaz de llegar a sitios que yo jamás hubiera podido escribir. Creo que las dos actrices se echaron la película a la espalda y, además, generaron un clima en el rodaje difícil de conseguir, con un equipo formado por gente veterana que terminó adorándolas: tenían a todo el mundo encantado. Se ganaron al personal a base de trabajo. Además, tienen eso que aquí llamamos ‘pellizco’, genio.

¿Por qué esa radicalidad en el uso del punto de vista, que hace que el relato nos llegue filtrado por la experiencia y la mirada de un único personaje?

Más que radical, ortodoxo, diría yo. Aunque es algo que en el cine español no es muy frecuente, en la mayoría de mis trabajos anteriores lo he construido así. En este caso, creo que lo pedía la propia historia, por más que los textos que he usado procedan de personas distintas. También me interesaba ver cómo lo recibía el público, al que convertimos en un usuario de redes sociales, así que había que ser coherentes con el punto de vista y con la posición en la que queríamos situar al espectador. Durante el proceso de preparación estuve buscando películas que trataran sobre redes sociales y encontré poco material, aparecen siempre como recurso, o de manera tangencial, con esa mirada exterior a la que me refería antes. Aquí eran lo fundamental.

La Ofelia de Millais, reproducida en las cuentas de Instagram, establece una conexión entre su generación y la de los personajes, ¿es algo buscado?

Eso está sacado de la realidad, no es un aporte mío. Cuando empiezas a bucear en internet, que es la única fuente de documentación con la que cuentas, observas que el cuadro de Millais es una referencia fundamental para muchos adolescentes, hasta el punto de convertirlo en un icono pop. El póster que aparece en la película fue una idea de la jefa de vestuario. Cuando estaba buscando información se dio cuenta de que había miles de versiones del cuadro hechas por la gente en bañeras, piscinas, etcétera. Y a mí me parecía una manera ideal de unir los dos mundos, además vinculados desde una estética pop, que es la que a mí siempre me ha interesado. Yo vengo de la cultura de las canciones con estribillo. Es lo que me interesa, aunque para alguna gente eso suponga que la cuota de autoría se rebaja, cosa que me da igual. En este caso, la realidad se ha alineado no solo con el tema, porque el suicidio y la salud mental están ahora sobre la mesa de debate, sino también con mis gustos.

Las gentiles supone un retorno a los temas y a los modos de Astronautas (2003) y Cabeza de perro (2006), ¿cómo valora ese regreso tras su paso por la comedia industrial?

Mi trayectoria tiene que ver con los tiempos. Cuando yo empecé existía una clase media que podía desarrollar una determinada variante del cine de autor. Pongo como ejemplo Cabeza de perro, que vieron 115.000 espectadores, una barbaridad para, seamos sinceros, una película bastante marciana. Eso ahora es impensable, son cifras que no alcanza ni una película comercial. Esa clase media a la que yo pertenecía, que tenía cierto margen para arriesgar, desapareció. En realidad, esta película formaba parte de aquella primera época, era el proyecto siguiente a Cabeza de perro, pero no conseguimos levantarlo, también porque los tiempos no acompañaban y porque la gente que manejaba dinero no sabía ni que las redes sociales existían. Cuando el proyecto se truncó, me tocó preguntarme hacia dónde iba, e intente manejarme dentro del terreno comercial, reconociendo que hay un tipo de comedia, tonta si se quiere, pero que puede entretener y que, a priori, a mí me gusta hacer. Después me di cuenta de que hacer ese tipo de películas está bien si tienes dos vidas, pero el tiempo se te va y son proyectos que no terminan de llenarme, aunque económicamente sean mucho más rentables, pero yo soy alguien bastante austero y no necesito muchas cosas. Así que el regreso a esos inicios que supone esta película lo veo como un paso natural, era algo que sabía que iba a pasar, sabía que iba a volver y que ahí me iba a quedar.

¿Qué recepción espera del público adolescente?

No contaba con ese público, porque creo que está fuera del cine, y más del cine de autor o de aquel que se le parezca un poco. Lo digo porque, por circunstancias, estoy en contacto con adolescentes y es lo que percibo. Chavales y chavalas que ven Dune (Denis Villeneuve, 2021) y te dicen que les parece una película lenta. Sin embargo, en el estreno había muchísima gente joven y, en el coloquio que tuvimos después, se vio que habían conectado con la película, así que, una vez más, rompieron mis clichés. Y eso me resulta curioso tratándose de una película que evita a toda costa caer en el paternalismo.

¿Por qué una película que no juzga a sus personajes se cierra con un final explicativo/justificativo?

Entiendo los reproches que pueda despertar ese final y los acepto, pero también asumo y defiendo la decisión que tomé: necesitaba que mi discurso quedara claro. Lo he pasado mal recopilando información para la película, se incluyen pasajes que están contados por jóvenes que luego terminaron suicidándose que es algo que, en mí, produce un efecto angustiante, porque, a diferencia del resto del público, cuando yo escucho alguna de las frases banales que aparecen a lo largo de la película, sé que pertenecen a alguien que acabó quitándose la vida. Además, descubres que la gente que lo intenta, si no lo consigue, no lo intenta más. Eso hace que tomes un posicionamiento moral con respecto al tema y, aunque no he querido que esté presente a lo largo de la película, al final, necesitaba expresarlo. Es una secuencia que discutí mucho con Rafael Cobos y que, finalmente, decidí incluir.

Sin necesidad de desvelar nada, la película tiene un giro de guion que zarandea la trama y al espectador, ¿tuvo miedo de que diera al traste con la verosimilitud de la historia?

El giro es muy arriesgado, y es cierto que puede plantear problemas de verosimilitud, pero si ese impacto no se produce no conoces al personaje, ahí es donde se revela. Además, está en consonancia con el funcionamiento de las propias redes sociales, en las que tienes que adivinar qué es lo que la gente piensa, porque todo se cuenta de manera subliminal, los sentimientos siempre van por debajo. Si estoy triste, canto un tema precioso y hago un video en Tik Tok, no voy a aparecer delante de todo el mundo diciendo que estoy hecho una mierda. Así que, dado que todo son corrientes subterráneas, pretendía que la narración fuera también así. Parece que a la protagonista no le pasa nada excesivamente grave, pero las claves para que el espectador averigüe qué sucede están ahí. Mi miedo al llegar a ese punto era no hacerlo con la temperatura suficiente para que el estallido resultara creíble.

Usted siempre suele supervisar el apartado musical de sus películas. Aquí hay un cambio de registro con respecto a obras anteriores, ¿cómo fue ese proceso?

Normalmente trabajo con los músicos que componen la banda sonora, y aunque dejo mi ego a un lado, me gusta estar en el proceso porque me es más fácil integrarlo después en la película. En la anterior no lo hice por falta de tiempo y fue un poco caótico. Aquí lo que hice fue elegir a un músico como el jerezano Santiago Gonzalo (alias Bronquio) que no había hecho nada de cine y cuyo estilo no tiene nada que ver conmigo, pero que me interesa, creo que tiene mucho talento y trabaja a una velocidad que a mí me resulta difícil de asumir. Yo le daba referencias, él iba proponiendo temas y yo elegía aquello que creía que le iba a dar a la película una textura actual. Mi función era hacer una lectura dramática de sus propuestas musicales para ver cómo integrarlas, teniendo en cuenta que no era algo sencillo, puesto que está utilizada a contrapelo, que es algo que el montador Darío García y yo teníamos bastante claro, aunque sabíamos que era arriesgado.