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El primer largometraje de Juan Sebastián Quebrada pivota sobre la idea de ser otro. El reverso, la copia, el opuesto, el descarte… Son muchas las palabras que vienen a la mente cuando se intenta definir a un individuo por oposición, negación o comparación. Pero aquí se imponen las reglas de la ficción y con ellas se anula, en parte, la condición de otredad. Porque al construirse este relato, Federico (el ‘otro’ hijo, condenado a vivir a la sombra de su difunto hermano) pasa a ocupar los primeros planos, el centro del encuadre, a acaparar el mayor número de frases de guion… Se hace protagonista de su propia historia y la cámara se ancla a su rostro, ese que soporta la angustia con la que lidian los demás. En su gesto están contenidos los dolores y las culpas ajenas, mientras su mirada imperturbable, cansada y esquiva, desafía el lugar que le ha tocado habitar en el mundo. El otro hijo ostenta el valioso logro de ser a la vez un manual para afrontar las pérdidas y un honesto retrato de la juventud de hoy. Una preciosa lección sobre el poder del relato fílmico capaz de restituir la identidad a aquellos a quienes se les había negado, otorgándoles las riendas de su propio destino. Cristina Aparicio