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¿Existen las películas ‘necesarias’? ¿Puede el cine arrogarse esa potestad que consiste en querer resultar imprescindible para el curso de la Historia? ¿Pueden los filmes creerse tan importantes, ser tan presuntuosos? De ser así, El juicio sería una de los ejemplos máximos de esta tendencia: tres horas que pretenden resumir las 530 de grabación que se conservan del proceso judicial a la junta militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983, un acontecimiento histórico del que recientemente ya se ha entresacado una ficción, titulada Argentina, 1985 y dirigida por Santiago Mitre. El modo de proceder de este ‘superdocumental’ parece irreprochable, pues su realizador, Ulises de la Orden, evita toda voz en off, todo comentario, para ceñirse a las imágenes filmadas y ofrecerlas como únicas protagonistas. Sin embargo, el montaje como tal es ya una intervención en esa presunta objetividad, y la división del material resultante en dieciocho capítulos añade otra capa de construcción que niega definitivamente el ‘no intervencionismo’ que parecería resultar de tal estrategia. De manera inevitable, surge de ahí un relato, y por lo tanto una ficción. Y la sucesión de pequeñas narraciones que constituyen las declaraciones de los testigos añaden otra capa al conjunto que a veces se hace insoportable en su acumulación un tanto excesiva e indiscriminada: las torturas, los crímenes, las aberraciones cometidas por aquella panda de asesinos quedan expuestas en toda su crudeza, pero también buscando una complicidad de dudoso talante moral. Ya el juicio fue una puesta en escena, una especie de ritual liberador para la sociedad argentina de la época, pero es que aquí se le superpone otra en la que se quiere hacer presentes a los miles de muertos y desaparecidos, paliar su ausencia con las palabras, y acaba utilizándoselos para blanquear conciencias, para construir un gran exorcismo colectivo que reduce aquella realidad atroz a una versión que nos la haga más soportable. Carlos Losilla