El film de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro toma la forma de un diario deconstruido que invierte el tiempo (igual que el ‘agosto’ de su título) y arranca por el día 22 para terminar en el primero. Cuentan los autores que el proyecto surge sobre la marcha, sin guion ni estructura previos, jugando a combinar elementos reales con otros ficcionados y con el propósito de explorar el espacio de una gran casa de veraneo donde se reúne y encierra el equipo de la película después de haber pasado todos los protocolos de seguridad sanitaria anti COVID impuestos por la Portugal Film Commission. Porque Diários de Otsoga es el primer film visto en Cannes que habla abiertamente de la pandemia. Y porque la película de Gomes y Fazendeiro es una profunda y compleja reflexión sobre el tiempo.
La percepción personal y siempre subjetiva del paso del tiempo, e incluso la desorientación o confusión que la pandemia nos hizo experimentar durante el confinamiento se encuentran en la base de un film que retrata el devenir a través de su propio proceso de realización. Diarios de Otsoga puede ser muchas películas en una, y la primera de ellas sería la de la filmación del proceso de filmarse. Después está también la película que cada espectador va reconstruyendo a medida que va retrocediendo en el tiempo de las imágenes. El tiempo pasa en el film a su vez a través del proceso de maduración (inversa) de un membrillo (en una cita a El sol del membrillo que se encuentra a si misma). Pero el tiempo se expresa además en todos sus elementos: los perros, los baños en la piscina, las discusiones entre el equipo de rodaje o incluso a través de la secuencia a cámara lenta en la que Gomes salta subido a un tractor. “¿Qué sentido tiene esa secuencia?”, se preguntarán después… Seguramente no haya más justificación que el espíritu lúdico y juguetón que también tiene el film.
Pero en su enorme riqueza semántica, Diários de Otsoga es sobre todo un film metalingüístico en el que vemos no solo el resultado (el film que reconstruimos de la inversión) sino también todo su proceso de gestación (en el fondo materia creativa per se). Y así, asistimos a los reajustes del guion, a la ausencia de la directora por complicaciones en su embarazo, a las dudas de los actores cuando no entienden por dónde va el film y a la reflexión sobre su trabajo como un proceso de interiorización de los personajes a través de sus acciones. Incluso en un momento dado, hacia el día 6, la película se pierde a si misma y la pizarra de planificación se desenfoca para acabar por transformarse en una imagen abstracta de luces de colores. Porque también hay en Diários de Otsoga una búsqueda de la materialidad de la imagen (el film está rodado en 16 mm) que convierte los momentos de noche (frente a la naturalidad del registro del día) en un universo artificial de luces y tonos saturados.
Maureen propone a Gomes en un momento de la película la lectura de un libro de Pavese que podría servir como punto de partida. Y aunque el cineasta finalmente nunca lo leyó, Diários de Otsoga es también una adaptación libre de aquel libro del que ni siquiera se cita su título.
Maravilla.
Jara Yáñez
Miguel Gomes empezó su trayectoria filmando el mes de agosto. El verano de 2005, cuando rodó aquel querido mes de agosto, había incendios forestales. En el verano de 2021, Portugal, como el resto del mundo, está marcado por el COVID. Maureen Fanzedeiro y Miguel Gomes deciden llevar a cabo un rodaje sobre dos chicos y una chica que pasan un verano en el campo. Las condiciones sanitarias impuestas por la Portugal Film Commission, y expresadas en un momento de la película, marca la existencia de un confinamiento, ciertas normas de distanciamiento y la existencia de una vida paralela como si fuera un paréntesis. Al igual que aquel querido mes de agosto en el que las vivencias sensuales de un verano establecían un diálogo con los procesos de creación, Diários de Otsoga también establece un juego metaficcional. Tras la cámara está un equipo que convive con los tres personajes principales, hay un sentido lúdico en el acto de filmar, un deseo de construir un relato a partir de muy pocas piezas. No hay personajes en el sentido clásico del termino, sino solo unos seres que viven en medio del campo, juegan con los perros, se bañan en la piscina, construyen una especie de jaula para las mariposas, ven como madura un membrillo y disfrutan de la vida en exteriores, al margen de todo. Gomes atrapa la sensualidad del momento, parece como si una parte esencial de la película no fuera más que un juego de fragmentos dispersos, esbozos de una película que debe construirse y cuya construcción no va más allá de la belleza que proporciona el propio estadio del esbozo. “En aquella época siempre había fiesta…” es la primera frase de La bella estate, la novela que Cesare Pavese escribiera en 1940 y donde describía los sinsabores del acto de abandonar la juventud. Fazendeiro y Gomes citan el libro de Pavese en un momento, como si el íncipit de esa novela marcara también el trayecto de un mundo aparte. En 2021, mientras el mundo se hundía, también era posible vivir siempre la fiesta, celebrar la vida. Diários de Otsoga es la crónica de esta celebración.
Àngel Quintana