Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo”. Hay una trágica belleza en estos versos de El amenazado, el poema con el que Jorge Luis Borges sintetizó el miedo, la amenaza, que atenaza a los seres cuando llega el amor. Un temor traducido como ruptura con la realidad, como una fractura con la cotidianidad; una completa transmutación de los sentidos respecto al tiempo y al espacio. Paradójicamente, cuando Waldo de los Ríos creyó estar encontrando el amor, decidió acabar con su vida en marzo de 1977. La fama del excelente compositor y arreglista argentino, cuya conexión instantánea con España y con la música popular de la década de los setenta es inagotable, nace en la reinterpretación de las piezas orquestales de las grandes figuras de la música clásica: Beethoven, Mozart, Bach; para poder devolverles un esplendor (y rédito económico) que nunca experimentaron. Un trabajo que lo conecta con otros maestros célebres como Paul Mauriat o Noam Sheriff. Sin embargo, no fue hasta la ‘creación’ del Himno a la alegría para el álbum Despierta de Miguel Ríos, cuando su influencia y su declive se volvieron globales.

En dos partes claramente diferenciadas, los realizadores Charlie Arnaiz y Alberto Ortega intentan dilucidar los oscuros laberintos que encerraba la peculiar personalidad de un artista cuya realidad siempre fue rehén de un pavoroso destino. El minucioso tratamiento del ingente archivo personal que Waldo recopiló (fotografías, cuadernos, videos caseros y, sobre todo, cintas), junto con la investigación del escritor Miguel Fernández (en paralelo con su historia personal), desvelarán algunas de las claves de su tormentoso universo. Después de numerosos sinsabores y traumas con su estricta madre y su matrimonio ambiguo, Waldo encontró en su ‘Yo proscrito’ un resquicio de libertad, pero su asimilación y el miedo hacia una sociedad homófoba y represora, le llevo a tener siempre la certeza de que jamás iba a ser capaz de entender las capacidades que tenía su figura con respecto al momento histórico que estaba por estallar. No sería testigo de que las primeras manifestaciones LGTB no se quedarían en una mera aspiración imposible, sino que conseguirían que esta lucha, que se atrevió a desafiar al olvido, dejara de ser un oscuro objeto deseo.

Felipe Gómez Pinto