Quizás en España, Machado de Assis sea un nombre tan desconocido para el público como Júlio Bressane, pero en Brasil la fama precede su obra. Dom Casmurro (1899) fue una de las novelas capitales de este escritor preocupado por las infidelidades de la burguesía. Ahora, más de cien años de reivindicación social después, el director Júlio Bressane olvida los componentes ambientales de texto para recoger la esencia del desamor y adaptarla a los nuevos lenguajes en Capitu e o capítulo.

Carecería de sentido presentar una traslación al uso del texto a la pantalla. Por eso, frente a una historia mil veces representada, Bressane decide que sea precisamente este elemento, la representación, la tinta con la que dibujar sus palabras. En la película, no hay apenas interés por reflexionar sobre lo que se narra –pues jamás llegaría a la envergadura presente en la novela– sino sobre el modo en el que se narra. Desde la figura del cronista bibliógrafo hasta el interludio musicalizado, todo pretende otorgar al relato una dimensión de autoconsciencia. Sin duda, la búsqueda del realismo, el psicologismo o las explicaciones racionalizadas de los personajes se truncan con unos diálogos versificados y tratados como peroratas, como interpretaciones de un original que responden a motivaciones de índole más intelectual que emocional. Tanto es así que la mejor forma de encajar esta extravagante propuesta es aceptar, igual que ha hecho su realizador, que los actores son peones sobre escena, títeres articulados para mostrar el pathos y generar el logos.

Asimismo, la cuidada estética de luces eclipsadas pseudooníricas y colores almidonados vehicula una obra que se acerca poderosamente al teatro surrealista para arañar la carcoma del amor falso y acomodado. Las referencias a los bombines trajeados y los hermosos bodegones floridos son obtusas, el lenguaje exigente y el ritmo paciente. Con todo, hay dos importantes ideas que trascienden la cinta. Una ya se encontraba en la novela: la desconfianza que siente el receptor ante un narrador paranoico y obsesivo que, cegado por los celos, es capaz de imponer conclusiones precipitadas. La otra, una contradicción frente a la anterior, que la honestidad de un creador demiurgo incidente en su mirada puede suponer una revisión distanciada de la esencialidad humana. Una necesidad última de adaptar, con originalidad y gracia, las grandes obras de cultura no contemporánea. Óscar M. Freire