Ricardo González Iglesias
El Universo Marvel madura cinematográficamente en cada película que se estrena, así como la calidad y complejidad de las relaciones y conflictos que plantea. Capitán América: el Soldado de Invierno viene a reflexionar sobre la natural desubicación de Steve Rogers en un mundo actual incognoscible, metáfora de la actualidad más rabiosa donde la parasitación del poder establecido por parte de intereses ocultos y enemigos consiguen cercenar nuestra libertad. Las acciones preventivas y los secretismos de agencia se abren camino en aras de un altruismo superior sutilmente foucaultniano que se permite quebrantar ideales, invertir objetivos y, en última instancia, alimentar al huevo de la serpiente. La dicotomía del protagonista es paralela a la desconfianza ciudadana vigente, que cede diariamente parcelas de su albedrío a favor de un ente panóptico superior, tutor de nuestra seguridad, pero que miente, oculta, vigila y castiga. La única opción de mantener la integridad, cual emboscado jungeriano, es la contienda, exógena y endógena, esperando resistir el envite potestario una vez derrotado el contrario, ya sea Hydra, SHIELD o el miedo precautorio. El film transforma la subrepticia guerra en secuencias formalmente abrumadoras cimentadas en una sólida ficción anclada a su vez en una inquietante realidad. Todos somos instrumentos, también el Capitán América.
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