Antes de que aparezca la primera imagen, el estruendo de una fábrica inunda la película. Se trata de un sonido que parece preceder a la historia, o al menos ubicarla en un espacio donde todo es ruido. Así es Between Two Dawns, un opaco relato repleto de interferencias, de verdades a medias e intereses encontrados, donde lo moral y lo legal transitan por el mismo camino. Porque, en realidad, el primer largometraje de Selman Nacar se puede equiparar a la sensación que produce atravesar una carretera mal asfaltada: eso es, la certeza de saber que se va por el camino correcto, y a la vez experimentar la inseguridad por la sucesión de sobresaltos que tensionan y obligan a elevar la concentración al máximo. Es, precisamente, en la construcción de la intriga donde la cinta encuentra puntos en común con la obra de Asghar Farhadi, cineasta de lo inesperado que perturba con cada dilema moral que plantea. Del mismo modo, Nacar adopta un estilo muy similar al del iraní, algo que se aprecia sobre todo en su ritmo acelerado, en la larga duración de los planos y la importancia dentro del relato de las incómodas discusiones familiares. Si bien esta podría (mal)entenderse como una película de guion, en realidad hay una meditada puesta en escena que busca provocar suspense a partir de la dosificación de la información dentro del plano. La cámara se sitúa a una cierta distancia de sus personajes como observadora neutral de las escenas, no tanto por respeto a su privacidad como a la búsqueda de la objetividad o realismo. Es el sonido de las máquinas (de los vapores, de la sirena) el que se sitúa en un primer plano, el ruido que deja tras de sí secretos y mentiras, pero también la posibilidad de comprender mejor cómo funciona el mundo.