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Fernando Bernal.

Es una cuestión de moldes y modelos. En este caso, estamos ante el uso (nada criticable) de la primera opción. Escoger un molde rígido, introducir los elementos propios, y presentar, según los consejos de un manual, para que el resultado tenga el mejor aspecto posible. También se trata de fondo y forma. Siguiendo unas determinadas pautas, la forma es absolutamente creíble. Pero otra cosa es cuando se llega al fondo. Aquí el molde es el cine de atracos, y la película luce un aspecto creíble, que no tiene nada que envidiar a sus referentes más obvios. En cuanto al fondo, los ingredientes que le deben otorgar su personalidad, se trata de una historia de traición y amistad ambientada en los bajos fondos de Barcelona y alrededores.

El debutante Joan Cutrina, que ya había abordado la crónica de sucesos en algunos de sus documentales previos, consigue transmitir verosimilitud en su radiografía del hampa y de sus actores principales (¿no es el género negro el mejor testimonio de este tipo de realidad social?). Pero es incapaz de trasladar esa tensión –ni el factor humano– al ámbito de las relaciones. No encuentra el resorte que debía impulsar hacia delante este thriller sobre tres amigos que tras un atraco fallido, deciden situarse dentro, fuera y en el límite de la ley, respectivamente, y vuelven a encontrarse. Moldes y modelos. Sin duda, hubiera sido mejor apostar por la segunda opción.