Jessica Niñerola.

Cuando David Foster Wallace esgrime en El neón de siempre “lo que pasa por dentro es simplemente demasiado rápido y completamente interconectado para que las palabras consigan algo más que apenas esbozar los contornos” ya nos advertía de los peligros y esa imposibilidad para mostrar de forma nítida los trasiegos de la condición humana. Ejercicio que Guillermo Fernández Groizard, responsable de una extensa factoría de series de corte familiar, trata de estimular a través de una propuesta narrativa dual evaporada al recurrir a las mismas estructuras de la ficción televisiva rápida. Sin reparar un hilo argumental comprimido, que desde la primera escena ya ha asfixiado a los propios personajes deshumanizados por la ausencia de sombras, busca la complicidad del espectador con una crudeza directa que no llega a convencer a pesar de la sencillez de forma o la destacable pericia en mostrar cómo de actual es la historia con sus menciones ex profeso del uso de las redes sociales. La dificultad de desalojar de cordura los tópicos mostrados, aunque al final se permite unos giros menos mecanizados de guion, queda en un boceto al que todavía le queda por arrancar algo más de esas líneas que una risa locuaz de un término como el amor, imperecedero por sus acepciones.