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Carlos F. Heredero

Aquí al lado, en el muy cercano Portugal, Miguel Gomes filma la monumental Las mil y una noches, con la que bucea de manera originalísima –y nunca vista antes– en la dura realidad social, económica y política de su país. En la muy latina Italia, Nanni Moretti busca cómo con- ciliar las emociones más íntimas con el irrenunciable compromiso social del cine (Mia madre). En la vecina Francia, Jacques Audiard gana la Palma de Oro de Cannes con una dura –aunque harto discutible– indagación en algunas trastiendas del drama de la emigración, tan urgente y tan lacerante en los momentos contemporáneos que vive Europa (Dheepan). Desde el centro del continente, Christian Petzold despliega con Phoenix una durísima disección de la memoria his- tórica alemana, trágicamente atrapada todavía por el eco de ese ‘agujero negro’ al que regresa el húngaro László Nemes con El hijo de Saúl, una insólita y radical indagación en el controvertido territorio de la representación del horror y de la barbarie del nazismo. Desde la lejana Siria (esa otra herida que sangra con devastadoras consecuencias en el mundo actual), O. Mohammed y W. Bedirxan nos envían dolorosas cartas audiovisuales dentro de Syria Self Portrait, Silvered Water. Y, si cruzamos el Atlántico, encontramos de nuevo a Quentin Tarantino removiendo a su manera la memoria histórica de la guerra civil de su país (Los odiosos ocho).

Podríamos añadir infinidad de ejemplos más: la radiografía del depredador mercado laboral en la francesa La ley del mercado (Stéphane Brizé), las exigentes y valientes radiografías documentales de Joachim Pinto (E Agora? Lebra-me), Chantal Akerman (No Home Movie), Frederick Wiseman (National Gallery) o Sergei Loznitsa (Maidan), las personalísimas y muy consistentes reformulaciones del cine negro que llegan desde Estados Unidos (Puro vicio, El año más violento), y todo ello por hablar solo de algunos títulos singulares entre las obras más valiosas o significativas que han circulado este año, dentro y fuera de nuestro país, por todo tipo de pantallas y de circuitos, incluidos los festivales, los museos y el cine on line.

También en España han surgido obras que se atreven a buscar con entusiasmo nuevos caminos para el cine, firmadas por José Luis Guerin (La academia de las musas), Jonás Trueba (Los exiliados románticos), Marc Recha (Un dia perfecte per volar) o Sergio Oksman (O Futebol), por citar solo algunas de las más innovadoras y valientes. Películas que se hacen cargo de que algo está cambiando en el cine del presente y de que es necesario, diríase que imperativo, encontrar nuevas formas de filmar y nuevas propuestas estéticas. Parece pues que también ‘suceden cosas’, que también ‘se mueve el suelo’ en el ámbito del cine español. Sin embargo, el escaparate que dibujan las nominaciones a los Premios Goya, la inquietante dirección en la que apunta la nueva normativa para la protección de la producción nacional y las noticias de la prensa sobre el fraude de la compra de entradas –que nadie se atreve a negar– dibujan otro panorama muy diferente ante el que cabe preguntarse: ¿a qué mundo pertenece? ¿De qué siglo nos habla…?