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Carlos F. Heredero.

“Todos los caminos del cine”, decíamos en nuestro editorial del mes pasado, con el que se abría la andadura de Cahiers du cinéma. España. Pretendíamos con ello no sólo apuntar a la multiplicidad de canales y de experiencias por las que circula el audiovisual en el momento presente, sino defender también la mayor pluralidad de senderos y de ventanas para que puedan circular y verse todas las expresiones creativas frente a la amenaza de una globalización excluyente o de un mercado impositivo que cierra el paso al ejercicio de la heterodoxia. Nuestro título era por tanto, a la vez, una constatación y una reivindicación.

Reivindicación que volvemos a reiterar, en este segundo número, al hacernos eco de tres realidades (dos acontecimientos y una radiografía) de la actualidad cinematográfica. Los dos primeros son otros tantos sucesos que abren espacios para la exhibición y la difusión de algunas de las expresiones más personales y sinceras del cine contemporáneo. Sucesos de naturaleza y envergadura muy diferentes, pero que suponen sendos puntos de inflexión en esta coyuntura: el estreno en una sala comercial de Barcelona del opus magnum de Godard, sus Histoire(s) du cinéma, y la programación del Festival de Cannes. El primero, porque es un acontecimiento inédito que propicia un saludable debate sobre el “lugar” que ocupan, o pueden llegar a ocupar en la experiencia espectatorial del presente, obras como ésta, originariamente concebidas para la televisión o para los museos. El segundo, porque refuerza una apuesta –que viene de lejos– en defensa de la diversidad, de la radicalidad creativa y de una autoría no domesticable.

La radiografía que cierra el triángulo es la dibujada por nuestro informe sobre el estado y la coyuntura que vive el sector de la distribución en España. Las dificultades para que lleguen a las pantallas numerosos títulos de notoria significación –respaldados incluso por grandes premios de festivales– frente a la promiscua realidad de las redes alternativas por las que se difunden algunos de ellos, expresan la más gráfica contradicción del presente: la que opone exclusión y apertura, uniformidad y pluralidad, reflejos conservadores y audacia inventiva.

Resulta más bien suicida, por todo ello, la opción de ampararse en los gustos propios de las “élites conservadoras”, o en las preferencias perfectamente legítimas de las grandes audiencias, para poner en cuestión aquello que se toma por estandarte cuando no es más que un síntoma; es decir, la plural y vivísima realidad –no exenta de apasionantes contradicciones, claro está– que muestra el cine de autor más consciente, más despierto y más riguroso de la actualidad, frente a la creciente docilidad de la maquinaria mainstream respecto a los dictados de la estandarización y de los nuevos academicismos.

Entender que la oferta de Cannes, o que el interés crítico por el cine comprometido con la búsqueda de nuevos códigos para reformular las estrategias de representación en medio del mundo actual, son opciones que implican “celebrar la marginación del cine respecto al público” (como sugiere Octavi Martí en un artículo de El País, 01/06/2007), no es otra cosa que confundir la voluntad no conformista de interrogar al presente, expresada por Àngel Quintana en el número 1 de Cahiers-España, con la adhesión acrítica a un modelo que expresa una opción de resistencia. La locomotora viaja con energía, pero no para defender ningún tipo de marginación, sino para combatir precisamente contra las fuerzas que intentan imponer diferentes formas de exclusión.