Print Friendly, PDF & Email

Carlos F. Heredero.

Ante el horizonte que han colocado sobre las pantallas algunas de las fantasías propias del cine-espectáculo contemporáneo, no han faltado las reflexiones tendentes a pensar que la vieja división establecida por André Bazin, entre los “cineastas que creen en la imagen y los cineastas que creen en la realidad”, se había decantado definitivamente en favor de los primeros. Pero ocurre, simultáneamente, que las nuevas tecnologías digitales despliegan en paralelo una inesperada potencialidad para capturar la realidad, o al menos para acercarse a ella, con mayor inmediatez y con más urgencia de la que nunca hasta ahora hubiéramos podido imaginar.

Las propuestas se multiplican sin que los impulsos renovadores demostrados por cada una de ellas impliquen, en ningún momento, un retroceso de las opciones que proponen las contrarias. Más bien sucede al revés: a cada nueva conquista en una dirección (la clonación de los actores, las imágenes de síntesis, el desarrollo de la tecnología estereoscópica propia del 3D) corresponde un avance equivalente de la opuesta (la democratización de la producción, la inmediatez del registro, la ligereza y accesibilidad de los equipos), de tal manera que las imágenes ganan en sofisticada complejidad visual y en estrecha contigüidad con lo real de forma simultánea y por caminos tan opuestos como cruzados o tangenciales.

Tres películas que van a confluir en las pantallas españolas durante el mes de marzo dan testimonio de otros tantos caminos divergentes. El español Pedro Almodóvar, el francés Arnaud Desplechin y el camboyano Rithy Panh vienen a proponer, con Los abrazos rotos, Un cuento de Navidad y S-21. La máquina roja de matar, respectivamente, tres opciones dispares que se abren paso con nitidez en medio de ese paisaje plural en el que, por otra parte, cabe pensar que la vieja división entre los “cineastas que creen en la imagen y los cineastas que creen en la realidad” sigue hoy más vigente que nunca o, si se quiere, profundiza y enriquece actualmente, con mayor complejidad, la dicotomía metafórica de la frase original.

Mientras el cineasta de Camboya borra con silenciosa humildad todas las barreras entre la ficción y la realidad para acercarse, desnudo y directo, a los perfiles más dolorosos e inasimilables de la Historia, el director francés se sumerge de lleno en una voluptuosa ficción narrativa que se alimenta de vibrantes destellos de lo real, que recicla con extraordinario fulgor visual las heridas más íntimas y que cicatriza, en el ámbito de la ficción, la memoria doliente de la biografía personal. Un paso más allá, el creador español redobla su dominio de la imagen y de sus texturas para volverse sobre su propia obra y para encontrar, en el refugio acogedor del cine y de sus singulares formas visuales, el exorcismo de una realidad que es, al mismo tiempo, personal y creativa, íntima y profesional.

El “cine de la realidad”, el “cine de la ficción” y el “cine de la imagen” (tomados estos conceptos como metáfora y no como etiqueta) se abren paso en un abanico de propuestas que nos habla de los diferentes credos creativos de sus autores: de quien se deja atravesar por lo real, de quien sumerge su ficción en la realidad y de quien se enroca sobre el cine para escapar de la realidad. Tres caminos para el cine de hoy.