La actriz Laura Galán (Cerdita, 2022) interpreta a Adela: una operaria que trabaja recogiendo residuos urbanos en la noche madrileña. Rabiosa con el mundo, y hasta consigo misma, Adela inicia su turno mientras la ópera prima de Hugo Ruíz la sigue en un único plano secuencia simulado, al estilo de El triste olor de la carne (Cristóbal Arteaga, 2013). Es la noche de su enigmática venganza. El periplo nocturno, que en inicio parece una condena a la gordofobia hacia un personaje indefenso, se complica y se aleja de ese cliché. La velada, tipo Victoria (Sebastian Schipper, 2015), se va torciendo, pero se nutre solo por la duda y el placer voyerista que supone seguir a un personaje de manera continua.
Mas allá del burbujeo de excitación cinematográfica que produce el simular una sola toma sin cortes, importa mucho en Una noche con Adela el hecho de ir detrás de una protagonista que avanza no sabemos a dónde ni por qué: este arranque in media res y el deambular tras Adela son un detonante de empatía. La mencionada puesta en escena (basada en un recurso tan exhibicionista a veces, recordemos que el plano secuencia único es, por ejemplo, el mismo recurso utilizado por Sam Mendes en su cinta 1917) lleva a querer asomarse a las circunstancias del personaje y a, inconscientemente, querer mantener el interés por abrazar sus motivaciones. Y es que ir tras Adela es querer entenderla en todos los sentidos. Pero las respuestas a su particular soga no llegan hasta el final; incluso entonces la película parece quedarse esperando algo más, una explosión catártica aún mayor, que en Hugo Ruíz es ese deliberado horizonte que nunca llega. La humilde arca rusa nocturna, centrada en un personaje femenino, termina pasando por un crimen, un carrusel de drogas y un prostituto negro con los ojos vendados. Mientras, su guion aristotélico encuentra la manera de explicarse, a cuentagotas, haciendo que Adela llame intermitentemente a un programa de radio para contar su testimonio. In extremis, la película sostiene que un buen susto puede ser más aleccionador que la mayor de las masacres.
Raquel Loredo