Pablo López

Un día cualquiera, Rafal Mularz sale a correr por la playa. Ese ejercicio le sirve para alejarse del mundo que le rodea, para concentrarse en lo único que parece tener sentido: su cuerpo. Mientras avanza por la arena pasa junto al cuerpo inmóvil de un ‘espalda mojada’, un subsahariano que ha llegado hasta la costa. Rafal sigue corriendo, pero la imagen deja una huella en su mente. Finalmente, cuando vuelve a encontrárselo, duda sobre qué debe hacer: ¿ignorarle o involucrarse? Como el Mersault de El extranjero, la novela de Albert Camus que sirve de inspiración para The Sun, the Sun Blinded Me, Rafal culpará más tarde al sol de su reacción en ese momento. Un sol que le impide ver y le lleva a actuar por puro impulso.

En una inteligente operación, Anka y Wilhelm Sasnal, directores de la película, trasladan la historia de Camus a la Polonia moderna: un país cuyo relato está marcado por las constantes agresiones externas y por el control de potencias extranjeras. O sea, por el miedo al otro. En The Sun, the Sun Blinded Me, Rafal, un hombre decidido a pasar por el mundo lo más rápidamente posible, es ese otro, un extraño en su propia sociedad. Sin embargo, el encuentro con el inmigrante le obliga a replantearse su posición. ¿De qué forma parte? Como el protagonista de Homicidio (David Mamet, 1991), que buscaba un sentido de pertenencia a través de actos de violencia, Rafal encuentra su identidad al enfrentarse con alguien que es, más aún que él, un extraño.

Por supuesto, poco a poco vamos comprendiendo que Rafal no es, por mucho que lo pretenda, una anomalía de su sociedad. Más bien al contrario: en la película de Anka y Wilhelm Sasnal, el hombre alienado se presenta como paradigma de una sociedad entera, la polaca. Una sociedad tan aterrorizada por el cambio, tan obsesionada con evitar cualquier ‘contaminación’ de su cultura y sus tradiciones, que prefiere permanecer aislada para evitar toda influencia extranjera. De hecho, en un doble salto de lo particular a lo universal, es posible que lo que estén retratando los Sasnal no sea a Rafal ni a Polonia, sino a todas las sociedades ricas que, agazapadas tras sus alambradas, aguantan la respiración, confiando en que los otros pasarán de largo.