Sobrecogedora serenidad
Juan Roures.

En la excepcional Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954) de Roberto Rossellini, un matrimonio pasea por las ruinas de Pompeya mientras su propia relación se resquebraja a raíz del oxidante paso del tiempo. El pasado sirve así de alusivo testigo de la crisis existencial de un mundo donde, al haber alcanzado gran parte de sus habitantes la apacible clase media, cabe por fin —para bien y para mal— la reflexión sobre nuestro propio camino, desde una perpetuidad pretérita e inquietantemente presente hasta un incierto futuro por siempre conectado a ella.

Con The Digger (2015), el libanés Ali Cherri ofrece una evocadora mirada a la figura de Sultan Zeib Khan, quien lleva veinte años velando por las ruinas de una necrópolis del Neolítico en el desierto de Sharjah. Que su creador sea un aplaudido artista visual dice mucho de una obra cuyos espectaculares planos fijos hipnotizan al espectador como si de cuadros se tratase. Símbolo de la grandiosidad del pasado al contener los restos de los fundadores de la nación, el fastuoso paisaje permanece inmutable mientras un hombre insignificante lo recorre sin reclamar jamás el protagonismo, consciente de su forzosa caducidad. Él está solo ante la muerte; el resto de la humanidad, también.

La cámara nunca impaciente de Bassem Fayad solo abandona tan sosegada atmósfera para adentrarse en otra aún más árida: el museo donde irán a parar los descubrimientos arqueológicos a los que se dedica devotamente esa luz en la oscuridad que representa Zeib Khan. Un lugar frío pero igualmente sugestivo donde la antigüedad se funde con una actualidad de la que jamás dejará de formar parte, aun cuando ella misma no siempre lo recuerde. Más relevante si cabe que el plano visual es el abrumador sonido, tanto cuando está presente en forma de insistente brisa, cuchicheo de insectos o música tradicional, como cuando se esfuma por completo, contribuyendo a una serenidad tan sobrecogedora como sedante que resulta imposible experimentar sin inmutarse.