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Taxibol es reflejo y suma de las preguntas que un encuentro con el cineasta filipino Lav Diaz y el conductor de taxi Gustavo Flecha suscitó en Tommaso Santambrogio. Como un preludio, la personal conversación entre Diaz y Flecha pasa por la importancia del cine con propósito filantrópico, la emigración o el final de las relaciones afectivas mientras recorren las calles de Cuba. En su corto Los océanos son los verdaderos continentes (2019), Santambrogio presenta un país decadente y en crisis, en blanco y negro, y azotado por la lluvia, como telón de fondo. En Taxibol, el blanco y negro (los claroscuros de la realidad cubana) se mantienen, pero existe una vitalidad inequívoca en el ajetreo de sus calles soleadas, los ruidos y la música que las inundan. En el taxi, Diaz y Flecha crean su propia burbuja (“este coche es la base de nuestra confianza”), donde las barreras lingüísticas se deshacen y se desvela la verdad: Diaz quiere que Flecha le ayude a encontrar a uno de los generales de Ferdinand Marcos, Juan Mijares Cruz, que supuestamente se oculta en Cuba, para matarlo.

Después de esta revelación, se fracturan los límites del género documental y la cinta desemboca en un limbo entre realidad y ficción que reflexiona sobre los regímenes autoritarios, pasados y presentes, en la cotidianidad imaginaria de Mijares Cruz. Las tomas largas y estáticas que muestran la rutina del anciano contrastan con los plano-contraplano que dinamizaban la conversación entre iguales que se daba en el taxi; en la mansión sobreviene un presente suspendido en el tiempo, inalterable, que reproduce dinámicas de vigilancia (el general observa con un telescopio a los trabajadores), desigualdad (los trabajadores viven hacinados en una habitación) y subordinación (su asistenta, en segundo plano y de pie, esperando a que acabe de cenar). Mijares Cruz se presenta a través de la puesta en escena como la personificación de la banalidad del mal, conceptualizada por Hannah Arendt en el siglo XX pero presente a lo largo de toda la Historia. Sus atrocidades fueron y son cometidas no por locura o maldad, sino aprovechando un sistema basado en la injusticia y que le ha permitido escapar de las consecuencias de sus actos (revive en televisión el ascenso de Ferdinand Marcos), aunque no de su propio sentimiento de culpabilidad, que se atisba en las pesadillas que le asaltan cada noche, pero nunca se muestran. Rompiendo el estupor de lo que parece un ciclo sin fin, los vídeos de archivo, en color, del régimen de Ferdinand Marcos devuelven a Taxibol al documental en su tramo final. La brutalidad policial ante las protestas durante la Ley Marcial ilustra la represión que se dio en Filipinas en las décadas de los setenta y los ochenta, y confrontan la memoria del general con la memoria histórica colectiva.

Lipovetsky y Serroy (2009) advertían que “nuestra época presencia un amplio movimiento de revitalización de las coordenadas del pasado”. Santambrogio mapea esas coordenadas desde la ficción-documental un año después de que Bongbong Marcos, hijo de Ferdinand Marcos, fuese elegido presidente de Filipinas con ayuda de una eficiente campaña de blanqueamiento de imagen de la familia. El pasado colonial y sus consecuencias, que comparte con Cuba, permean en el presente ficticio y cuasi congelado de la mansión donde se esconde Mijares Cruz, pero también en su realidad actual. Myriam Martínez Gómez


El director italiano Tommaso Santambrogio, colaborador habitual de Werner Herzog y Lav Diaz, y responsable de cortometrajes como Los océanos son los verdaderos continentes (2019), galardonado en el Festival de Cine de Venecia de ese año, construye Taxibol en tres grandes bloques.

El primero se centra en la conversación que mantienen Lav Diaz, el conocido director de cine filipino, y el taxista cubano Gustavo Flecha. Una conversación entre amigos que hablan de todo. De la diferencia de culturas y de cómo los idiomas no suponen una barrera (como lo demuestra la propia película), de los amores frustrados, de la crisis global, del poder del cine para cambiar el mundo. Si no sonara a boutade y despropósito, esta conversación recordaría a John Travolta y Samuel L. Jackson en Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) conduciendo su coche por las calles de Los Ángeles con su verborrea torrencial. Son conversaciones que no quisieras que se acabaran nunca. Te gustaría seguir escuchándolos y observándolos, durante horas. Al final de esta conversación, y esto no es un spoiler, es el centro del propio trailer de la película, el personaje de Lav Diaz reconoce que tiene una misión que cumplir, un compromiso con su pueblo: matar figurada (destruir su imagen) y físicamente (pegarle un tiro en la cabeza y comerle el cráneo siguiendo un ritual de su país) al general filipino Juan Mijares Cruz quien colaboró con la dictadura de Ferdinand Marcos en la tortura de miles de jóvenes y en el saqueo de las arcas públicas del país y que ahora se encuentra escondido en Cuba. La secuencia se resuelve con tres posiciones de cámara. Un plano fijo ligeramente oblicuo de cada protagonista desde el interior del coche y un travelling que nos muestra el exterior de las calles de San Antonio. Los tres planos tienen un carácter hipnótico. No apartamos la vista de esas calles filmadas en blanco y negro porque deseamos descubrir cómo es ese país, sus gentes, sus casas, sus comercios. Estamos en el terreno de la docufición.

Fundido en negro. Título de la película.

La cámara se introduce furtiva en una mansión donde vive Juan Mijares Cruz, una plantación de bananas y granja de cerdos. Vemos la vida cotidiana de un anciano decrepito, un sátrapa y déspota con la gente a su servicio, a quienes da órdenes con gestos autoritarios. Todo sin diálogos. Un monstruo despreciable con las manos manchadas de sangre, vigilante de sus dominios, orgulloso de sus trofeos, todavía disfrutando de sus placeres diarios pero que sufre pesadillas no se sabe si por un pasado ignominioso o por el miedo a que alguien vaya a cumplir su venganza. Todo con planos largos y estáticos en un blanco y negro luminoso que recuerda al Lav Diaz de La mujer que se va (2016). La cámara es capaz de destruir a este personaje, pero no se cumple la segunda parte de la misión, no vemos al personaje interpretado por Lav Diaz con el cuchillo entre los dientes comiéndose el cerebro del déspota. Estaríamos ante un Predator, viendo otra película, en otra industria y con otras intenciones.

Corte.

Imágenes en color del dictador Marcos y de la represión contra la población en Filipinas. Puede pasar el tiempo, puede que los culpables ya no estén entre nosotros, pero la memoria debe quedar.

Títulos de crédito.

Suena de fondo la radio cubana. Las noticias son de arenga, propaganda y represión, pero los paralelismos no son evidentes. Un cineasta no tiene por qué ser Doctor en Ciencias Políticas.

Juan Miguel Sans