Constructo en tres actos
Cristina Aparicio.
En 1972 Chantal Akerman filma Le Chambre, cortometraje de carácter experimental donde ella misma aparecía en la cama de una solitaria habitación, en la que se masturbaba mientras la cámara realizaba una panorámica de 360 grados. La sexualidad femenina es uno de los temas sobre los que reflexiona la obra de Akerman, y la tesis fundamental del tríptico de Nazlı Dinçel Solitary Acts (4, 5, 6).
Los tres actos componen la incursión en la sexualidad de una adolescente que experimenta con su cuerpo y se descubre a sí misma, en su entorno y en su relación con los demás. De manera autobiográfica, la directora expone la intimidad de sus aprendizajes en este collage de primeros planos de imágenes entrecortadas, manchadas, rasgadas, fruto de un 16mm que remite a la idea de cinta casera, videodiario personal donde garabatea palabras que refuerzan los pensamientos y reflexiones de sus propios actos.
Desde la posición de voyerista a la que queda relegado el espectador, la cercanía de lo que aparece en pantalla evita cualquier alejamiento o evasiva de ese tabú social que sigue siendo la masturbación femenina. La cámara registra el movimiento de sus manos que exploran y descubren el placer autónomo y heterónomo. El tacto se convierte en la forma de conocer el mundo, imágenes sinestésicas que transforman lo audiovisual en percepciones sensoriales.
Akerman terminaba su cortometraje comiendo una manzana, alusión directa al pecado original de aquella primera mujer que sucumbió a la tentación. La propuesta de Dinçel también alude a la vertiente moral de la sexualidad, y lo hace a partir de sutiles referencias a las figuras paternales, la normatividad social y la religión musulmana, porque, en definitiva, ni en tus momentos de más profunda intimidad puedes desprenderte de ese constructo que es la conciencia.
Te puede interesar
Este mes