Con el puño en alto, la productora Sara Silveira reivindica la dimensión política del último largometraje de la brasileña Juliana Rojas al grito de: “Hay un lugar para las mujeres”. Cidade; Campo se configura como un díptico que diverge entre la búsqueda de un hogar en la ciudad tras la destrucción accidental de la vida anterior, y la construcción de un hogar alejado de la urbe, alzado sobre los cimientos poseídos de vivencias pasadas. El capítulo urbanita parte de la expresión nostálgica de Joana mientras observa las instantáneas de su antigua parcela. Rojas hace uso de estilizadas superposiciones entre planos para reflejar los sueños de caballos blancos galopando, de hijos desertores y de prados verdes que se extienden hasta la línea del horizonte que fabrica el inconsciente de la mujer. Sobre el asfalto prospera un profundo sentimiento anticapitalista y abolicionista del trabajo asalariado a raíz de su incursión en una empresa satírica de limpiadoras del hogar, ecos de su iracunda y onírica Trabajar cansa. A mitad del metraje inicia el capítulo campestre, de marcado carácter fantástico con radios que escupen psicofonías, espejos que deforman el rostro y apariciones que se esfuman al tacto, recuerdos de la vida que albergaron en el pasado las estancias rescatadas por Marcela y Mara. Mundos en simetría, título de uno de los libros estudiados por el difunto padre de Marcela, vincula el mundo corpóreo y el más allá, así como la ciudad y el campo propuestos por la brasileña. Las imágenes construyen así una meditación sobre la pertenencia a la tierra, natural o fabricada, que tiñe la comarca de un misticismo palpable en la figura antropomorfa que observa a las nuevas inquilinas, y a las calles asfaltadas de una violencia explosiva contra la mano de obra superviviente.
Elena del Olmo Andrade
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