Pedágio sabe caricaturizar la homofobia hablando sin afectación y desde una comedia de tono ligero que es capaz de dar grandes lecciones. Así lo hace Carolina Markowicz que construye en esta película una potente crítica contra los discursos de superioridad moral que nacen de los prejuicios. En medio de un guion en torno al vínculo entre una madre que trabaja en un peaje y a su joven hijo vuela todo el peso de la lucha a favor de la libertad sexual. Atención al argumento: la preocupación de una madre por la falta de lo que ella considera masculinidad normal en su hijo la lleva a pagarle un costoso curso con un pastor religioso que ofrece formación especializada para devolver al redil de la heterosexualidad a aquellos a los que él identifica como almas perdidas. La madre, que ni es una mala persona ni tiene sensación de estar ejerciendo ninguna represión, termina inventando con su pareja una manera de atracar a los coches que pasan por el peaje para sanear su economía y además poder pagar la formación que ella considera urgente para su hijo. Al buen número de divertidas escenas sobre el, tan mágico como absurdo, tratamiento del pastor sectario se unen otras que muestran a un personaje secundario que pone la guinda al subrayado crítico: la compañera de trabajo de la madre, una mujer casada y ninfómana que sufre una adicción sexual que ella describe como “un mal propio de la mujer a partir de los cincuenta”.
Con un humor mucho más pedagógico que otros retratos pintados desde la encorsetada seriedad dramática, Markowicz muestra a su manera el sinsentido de los pensamientos más retrógrados y abusivos. Y lo hace como si no dijera nada, paseando por las lecciones más necesarias a favor de la libertad en esta coproducción, brasileño-portuguesa, tan disfrutable como contundente y alejada de estilizaciones. Muy recomendable. Raquel Loredo