La Parra, tercer largometraje de Alberto Gracia, se alzó con el primer premio de la sección Alquimias en esta última edición de la Seminci, tras haber pasado también por el Festival de Rotterdam y el Bafici de este mismo año. Es un film peculiar, pero no difícil. De hecho, deberíamos olvidarnos de ese adjetivo, ‘difícil’, a la hora de hablar de cine, y más de cine español: son etiquetas que no ayudan a nadie, y menos al público de aquí, mayoritariamente acostumbrado a que se lo den todo bien masticadito. En este sentido, Seminci ha hecho este año un gran trabajo: programar películas como En la alcoba del sultán (Javier Rebollo), Polvo serán (Carlos Marques-Marcet), Salve Maria (Mar Coll), Cyborg Generation (Miguel Morillo) o Fin de fiesta (Elena Manrique), entre otras, e independientemente de la opinión que nos merezcan cada una de ellas por separado, ha supuesto proyectar una imagen del cine español muy distinta a la que suelen darnos determinadas instancias oficiales. Una imagen conflictiva, pues se trata de películas que exponen dudas, que optan por la experimentación –cada una a su modo–, que se niegan a transitar por el camino más fácil y, por el contrario, se dedican a abrir brechas en su propia estructura, a ponerse palos en las ruedas a sí mismas, a dejar al descubierto su funcionamiento interno para preguntarse por su pertinencia, aunque en algunos casos se equivoquen e incluso fracasen. Dejaré para otro día todo tipo de explicación al respecto, en cada uno de los casos, y me limitaré a decir aquí que La Parra es altamente, ejemplarmente emblemática de esta deriva por varias razones: 1) lleva al límite el juego entre documental y ficción que desde hace años viene estando en la base de cierto cine español; 2) opta por formas ficcionadas sin orden ni concierto aunque sea a partir de materiales cotidianos; 3) hace estallar el realismo convencional al radicalizarlo y descubrir su otro lado, ese fantastique alucinado que a veces se oculta tras lo que consideramos ‘real’; y 4) reconvierte todo eso en imágenes que se oponen a cualquier tipo de rutina y se preguntan por sí mismas. Los otros filmes españoles antes mencionados también apuntan en esa dirección, aunque sea de formas distintas.
La Parra lo hace, sin embargo, con el mínimo de elementos posibles. Un hombre regresa a su ciudad, El Ferrol, para llevar los restos de su padre muerto. La realidad de la ciudad en cuestión es más bien conflictiva, y desde el principio sabemos que ambos, el hombre y el espacio que revisita, ocultan un pasado tormentoso. Se aloja en una pensión, La Parra del título, y luego descubrimos que puede que tenga un doble, aunque nada de lo que se nos cuenta es seguro. La realidad queda así alterada, y también la manera de filmarla. Un grupo de ciegos toma un inusitado protagonismo… ¿Estamos ante un cuento fantástico, ante una crónica realista, ante una indagación política, ante un relato experimental, ante una narración de corte kafkiano, ante un documento sobre la marginación, ante una revisión del pasado, ante una revisión del presente, ante una negación de cualquier tipo de revisión…? ¿Qué misterio se oculta tras eso? ¿Hay algún misterio? Podríamos decir lo de siempre: La Parra es todo eso y mucho más. Pero no es cierto. Diríase más bien que La Parra no es nada de eso, no es absolutamente nada, no encierra ningún misterio porque el único misterio es ella misma. O mejor: es una energía que se consume a sí misma a través de incesantes metamorfosis, que de repente dejan entrever destellos de algo, o de otra cosa, y luego los hacen desaparecer para dedicar su atención a otros matices que han ido surgiendo en el camino. La fragmentación es mutación y viceversa. Y la ruptura con los propios planteamientos, la contradicción en sí misma es la materia de la que está hecha el film. Quizá debamos familiarizarnos con todo eso para ver de qué va el cine español del que hablamos. Y para comprobar que puede que se trate del puro presente hecho imagen, pues no debe de haber otra forma de representarlo que pasarlo por el tamiz de una conciencia perpleja: ¿la de Parra, la nuestra o todas a la vez?
Carlos Losilla
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