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Vivimos en un tiempo en el que las imágenes circulan a una velocidad tal que su análisis se convierte en un trabajo prácticamente inasumible. La magnitud del alud iconográfico nos impulsa hacia el colapso cognitivo, tanto que uno corre el riesgo de terminar rindiéndose hasta naturalizar lo que siempre fue un artificio. Toda imagen, independientemente de la voluntariedad con la que haya sido diseñada, ofrece una visión del mundo. No importa que sea una foto para tu Instagram, un video doméstico o una pieza emitida en un informativo. Detrás de cada una de ellas existe una construcción. Sobre tan peliagudo asunto indagan Massimo D’Anolfi y Martina Parenti en esta Guerra y pace que no busca sino preguntarse quién y desde qué posición produce las imágenes que consumimos (un verbo contra el que esta película, toda una cruzada en defensa de la reflexión, pelea con denuedo).

Los cineastas italianos levantan la que es, digámoslo ya, una de las películas más relevantes de esta 18ª edición del Festival de Sevilla, sustentándose en tres pilares maestros: las imágenes, la guerra y la memoria. El filme se abre con un episodio dedicado a la restauración de los negativos que encapsulan el relato de la invasión de Libia por parte de Italia a principios del siglo XX. Los meticulosos trabajos de limpieza están acompañados por los puntuales comentarios de los afanosos restauradores que conectan aquellas secuencias del pasado con los hechos del presente. Los polvos y los lodos de la Historia encuentran una conexión lógica durante el proceso de reparación de los viejos rollos de celuloide y la película avanza hacía un segundo episodio centrado en las labores que desarrolla la Unidad de Crisis del país transalpino -consistentes en poner a salvo a conciudadanos desplazados a países en guerra- yuxtaponiéndolas a los registros audiovisuales que surgen en esos entornos. ¿Qué tipo de imágenes se ‘elaboran’ en esas circunstancias extremas? ¿Cómo las recibimos aquí, en el tranquilo occidente? ¿Qué relación guardan con la realidad (con la verdad)?

La sucesión capitular de Guerra e pace obedece a una lógica aplastante. De las cuestiones justo arriba expuestas que zarandean al espectador tras la visión de ese segundo segmento viajamos hasta un campo de entrenamiento militar en Francia. Allí, con un uso incisivo del montaje paralelo, Parenti y D’Anolfi combinan la preparación de una tropa de élite con la instrucción de un grupo de jóvenes reclutas que aprende a analizar y fabricar imágenes (y de nuevo, como si un proceso de sedimentación se tratase, cada parte de la película permea sobre la anterior). Por último, un epílogo sobre la importancia de la conservación filmográfica (es esta, también, una obra que defiende la vigencia y la necesidad de las Filmotecas como contenedores de la memoria) pondrá el punto final a este imponente documental en el que lo didáctico no está reñido con la reflexión profunda sobre cómo, desde donde y por qué se confeccionan determinadas imágenes. Imprescindible.