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Paula Hernández pone en escena con luces contrapuestas su adaptación de la novela homónima de Selva Almada. La cineasta crea su propio universo inestable para esta historia sobre un pastor protestante (Alfredo Castro) y su hija que viajan, en solitario road trip evangelizador, por el interior de la Argentina durante la década de los noventa.

Al inicio todo son destellos de sol. Especialmente cuando Leni, la hija, observa a su padre difundir la palabra con enorme teatralidad en entornos rurales de personas ávidas de esperanza de cualquier tipo. Ese sol, sin embargo, desaparece en las escenas en las que el pastor está solo con su hija. Es entonces cuando el entorno naturalista desaparece y todo se regodea en un rojo neón a lo Gaspar Noé. Cambio visual que busca justificarse siempre por la luz de algún coche o, por ejemplo, por el cobijo de un hostal en el que ambos personajes descansan antes de iniciar un nuevo día de fe ciega y situaciones endogámicas. Ese rojo, intenso y revelador, va ganando cada vez más minutos en la película expresando las contradicciones, miedos y ansias de revelación de Leni que, a pesar de tener dieciocho años, aún oculta con terror algunas características propias de su cuerpo (como, por ejemplo, el hecho de que tiene la menstruación desde hace tiempo).

Una avería en su vehículo provoca que padre e hija se crucen con un hombre (Sergi López) que vive aislado también con su hijo y se ofrece a ayudarlos. A partir de ahí el ensayo de Paula Hernández prosigue su discurso sobre vínculos paternos, madres ausentes y heridas de la infancia. Vínculos que a veces quedan excesivamente ambiguos o difuminados en una cinta sobre el sentimiento de incomodidad y sobre lo liberador de atreverse a saltar al vacío. Raquel Loredo