Lola Mayo.
La crudeza y la vitalidad rabiosa de la gente de a pie de Brasil vive en las películas de Eduardo Coutinho. Cercano al Nuevo Cine Brasileño e influenciado por el cinéma verité, había nacido en 1933 en Sao Paulo y murió el pasado 2 de febrero, supuestamente asesinado por su hijo, enfermo de esquizofrenia.
Cabra marcado para morrer (1984) es la película fundacional de un género personalísimo, en el que Coutinho da la voz a los ‘cabras’, los don nadie, los parias. Caimán Cuadernos de Cine se encontró con él hace un año, cuando recibía en España el homenaje del Festival Punto de Vista y del Museo Reina Sofía. Coutinho, gruñón y divertido, explicaba entonces su deseo de encontrarse con los “cabras” sin anular la diferencia que le separa de ellos: “Quiero escuchar y entender las razones del otro sin necesariamente darle la razón”, decía.
En sus películas asistimos así al pensamiento produciéndose en vivo, en entrevistas abruptas y desprovistas de artificio en el que lo que importa es el puro salivazo del hombre real, por el que Coutinho siente empatía, no piedad. Su obra cuestiona esa convicción de que el cine es esencialmente imagen, y desprecia el documentalismo esteticista e idealizador de la pobreza.
Obras como Boca de Lixo (1993), Santo Forte (1999) o Babilônia 2000 (2000) se presentan ante nosotros como un catálogo del habla de los distintos pueblos brasileños, que inventan términos, rompen la gramática y el orden, rebelándose así contra la opresión y el decoro.
Coutinho no busca opiniones sobre el mundo, sino los puros hechos de la vida: no quiere saber lo que un obrero opina sobre la economía, sino hacerle evocar el día de su boda o el desasosiego de los días sin trabajo. En espacios siempre restringidos (un basurero, un edificio de viviendas en Copacabana, una favela) sus películas muestran lo inaceptable y lo indigno sin servirse de ningún blando humanismo.
Peões (2004) termina con un obrero preguntándole a Coutinho: “¿Usted ha sido obrero?” Coutinho contesta, sorprendido: “No, yo no, ¿por qué?” Manifiesta así que solo asumiendo nuestras diferencias profundas podemos mostrar de forma limpia la imagen y la palabra de los otros.
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