“El sentido es algo tan fatal para el hombre que, en cuanto libertad, el arte parece ocuparse, sobre todo en el presente, no de fabricar sentido sino por el contrario de suspenderlo”. De este modo expresaba Roland Barthes su perspectiva en torno a la disruptiva identidad de El Ángel Exterminador (1962). Si en el film de Buñuel se expresaba el deseo irremediable por encontrar una salida de la mansión que aprisionaba a los criados, en Cyborg Generation se consolidará ese ‘autoexilio’ en la íntima exploración que Kai Landre hace de su cuerpo. La reverberación de la ópera prima de Miguel Morillo se localizará en el auge de lo humano por medio de la diferencia. Su tesis alcanzará los límites de la bioética y el transhumanismo planteados por Donna Haraway, pero su eje narrativo girará alrededor de la disputa identitaria expuesta por Judith Butler, y no tanto en la erradicación esencialista y satírica de Haraway. La historia narrará la metamorfosis de Kai al decidir implantarse placas receptoras de rayos cósmicos y, de ese modo, escuchar la ‘banda sonora’ del universo.
La verdad con la que se sigue este tránsito pondera y expande la concepción de ser humano y su eterna disputa y, en ocasiones, tortuosa convivencia con la tecnología. Esta propuesta genuina y orgánica repasa la escena cultural y artística de Barcelona con la misma naturalidad con la que Kai habla de su vida privada, su pasado y su perpetua idea de encontrar refugio en la música, fuente inagotable de exploración sensorial, que se ve potenciada en el trabajo de Javier Harto, encargado de traducir las recepciones cerebrales en partituras. A su vez, el aparato técnico de los formatos subraya un juego dialéctico en el que el formato analógico en 16 mm nos habla de lo humano, mientras que el paso al digital confirma ese primer cambio cibernético. Pudiera parecer que en este torbellino de emociones que duró aproximadamente cinco años, el nivel de sobreexposición y vulnerabilidad resultó excesivo puesto que retrata la vida real de Kai; pero, al igual que su protagonista, encontrará el equilibrio en las posibilidades de su desvelamiento y en una intensa dimensión atemporal, sabiendo que algunas cosas permanecen igual solo cuando cambian.
Felipe Gómez Pinto
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