Fran Chico
El ‘roman porno’ (que traducido sería algo así como ‘porno literario’) es un subgénero erótico que fundó la productora nipona Nikkatsu y tuvo su auge en los años setenta. Aunaba sexo, vanguardia, bajo presupuesto y directores jóvenes que convirtieron al movimiento en una importante cantera de talento para el cine japonés. Sion Sono ya no es ningún novato, pero su trabajo ha fascinado en festivales de todo el mundo por su mirada artística única y una cierta rebeldía que tiende a la provocación y al caos. Por eso cuando Nikkatsu quiso revitalizar el roman porno hace un par de años, financiando varias películas que lo recordaran, era obligado pensar en Sono.
El director de Suicide Club (2001) y Love Exposure (2008) vuelve a jugar con los relatos metacinematográficos como ya hiciera en Why don’t you play in Hell? (2013) y con los trastornos de identidad (al igual que en Tag, de 2015) bordeando el surrealismo en una película que va más allá del homenaje nostálgico. Es un punto de vista sobre el minusvalorado papel de la mujer en el Japón actual, con un mensaje directo y remarcado. Es la representación de un rodaje en el que el equipo técnico, totalmente formado por hombres, desnuda y desprecia a un reparto femenino. Un debate entre cómo nos vemos y cómo queremos que nos vean. El atractivo entre los roles de dominante y dominada. Una lucha contra el orden establecido. Una reflexión sobre la hipocresía con el sexo y sus consecuencias. Una parodia del arte vacío. Un grito a la pantalla que parece no recibir respuesta. Una lluvia de pintura de colores sobre la que revolcarse. Un animal atrapado en una botella. Una violación. Una arcada. Una historia de duelo, liberación y rabia.
Porque Antiporno no es solo un roman porno actualizado. Es un roman porno de Sion Sono.
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