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Carlos Rodríguez Martínez de Carneros

“Penetración mental”; así es como textualmente quedan definidos los actos de un particular estrangulador en la última película de Júlio Bressane. El mundo onírico y el mundo cotidiano se funden en Beduino para contar una historia de amor y erotismo.

A través de planos largos, espacios reducidos o escenarios teatrales, la cinta brasileña se vale de lo simbólico para narrar una historia sexualmente muy explícita. Aquí no aparecen secuencias de cine erótico en las que se evidencie el sexo de forma física. Simplemente son metáforas muy logradas que insuflan una sensación orgásmica en cada una de sus recreaciones.

El director brasileño llena su película de múltiples referencias al erotismo cinematográfico existente en los diferentes géneros. Desde la lluvia dorada del Pedro Almodóvar más explícito de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) al ‘amante menguante’ del Almodóvar más metafórico en Hable con ella (2002). Desde el erotismo gótico del Drácula (1958), de Terence Fisher, hasta la psicología de La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, pasando por la sexualidad oculta en el suspense de Alfred Hitchcock.

Júlio Bressane también encuentra espacio para hablar de la propia vida. Vida simbolizada en el agua, ya sea emulando una eyaculación en la cara de Alessandra Negrini desde una botella, o simplemente con el sonido del mar. Un mar que inquieta a la protagonista femenina hasta el punto de querer fundirse con él a través de la satisfacción sexual encontrada en una autoasfixia efectuada con un cabo de barco.

Los regresos a la realidad que Bressane lleva a cabo en momentos puntuales sirven para recordar al espectador que ese mundo onírico está orquestado exteriormente por un director y un equipo de rodaje, y establecer así una metáfora final sobre los sueños y sobre la única capacidad de dirigirlos, que corresponde al ser humano.