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Carlos F. Heredero.

¿Estamos realmente ante un nuevo cine americano? Las obras recientes de cineastas como David Lynch, Gus Van Sant, Paul Thomas Anderson, Todd Haynes, Wes Anderson, Sofia Coppola, Richard Linklater, David Fincher, Quentin Tarantino, Andrew Dominik, los hermanos Coen, e incluso las nuevas realizaciones de Sidney Lumet, Mike Nichols, Clint Eastwood, Brian de Palma o el rejuvenecido Francis Ford Coppola (supervivientes de la renovación emergente en los años sesenta y setenta) colocan sobre las pantallas un impulso de regeneración y de vitalidad que resulta incontestable, que confluye con el avance vertiginoso de la nueva frontera digital y que nos confronta con el desafío de comprender la recurrente capacidad de aquella cinematografía para capturar el aire de los tiempos.

Si es verdad, como apunta Carlos Losilla, que el cine americano “necesita tiempos de crisis a escala nacional para reciclar su agenda”, y si –como resultado de esta coyuntura– aparece un conjunto de obras capaces de darle forma, así como una juvenil nómina de cineastas dispuestos a expresarse con renovadas energías (véase nuestro “diccionario heterodoxo de nuevos directores”), se hace necesario entonces, siguiendo a Gonzalo de Lucas, “reconocer los seísmos que modifican su paisaje y conforman nuevos mapas” en la geografía de una producción que, por sus inquietudes temáticas y por sus búsquedas estéticas, vuelve a conectar ahora con las tensiones más vivas del presente.

No se trata de dilucidar una cuestión puramente historiográfica. El desafío estriba en reconocer, pero también analizar y contextualizar, la manera en que las nuevas películas de ese último cine americano (sin comillas) al que aludimos en nuestro titular de portada viene a reescribir su propia genealogía fílmica cuando se enfrenta ahora, precisamente, a ese “punto de no retorno” del que habla Jaime Pena. Obligado a negociar con la promiscuidad creciente entre ficción y documental, con la necesidad de buscar nuevas formas narrativas, con las renovadoras fórmulas que provienen de la televisión, con el poderoso influjo del cine transnacional (que atraviesa en diagonal todo el audiovisual de nuestro tiempo), con las nuevas estéticas que derivan de las texturas digitales y con el renacer del arsenal lingüístico inherente a las corrientes heterodoxas del underground, el cine americano del momento actual vive horas vibrantes de excitación, de búsqueda y de reexamen.

Abrir la puerta a la reflexión sobre esta realidad poliédrica implica dar nuevos pasos en la tarea de interrogarnos sobre la naturaleza de las imágenes de hoy, sobre el lugar que ocupa el cine en la sociedad contemporánea, sobre el rol que juega frente a las grandes crisis del presente y sobre el propio estatuto de la imagen fílmica. Una tarea que no sólo afecta al ejercicio crítico y teórico desplegado en las páginas de la revista, sino que se expresa también –a modo de prolongación– en el ciclo “Reescrituras” que Cahiers-España programa en el Festival Internacional de las Palmas de Gran Canaria, sobre el que publicamos este mes, adicionalmente y por separado, un cuadernillo especial.