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Carlos F. Heredero.

A lo largo del año 2008, las páginas de Cahiers-España han dado cuenta de algunas tendencias y realidades del cine contemporáneo: la avasalladora revolución digital, la renovación constante del cine americano, los fenómenos de transnacionalidad y la pujante existencia de un “cine invisible” que circula por canales paralelos. A estos cuatro vectores debe sumárseles un quinto impulso: el fecundo intercambio de códigos entre la ficción y el documental, del que nos ocupamos en este número ahora que La clase (Palma de Oro en Cannes) llega a nuestras pantallas. Son realidades incontestables y que parecen haber venido para quedarse (al menos durante una etapa que podría ser larga), puesto que –a juzgar por lo que ya se nos anuncia– todas ellas se disponen a consolidar su desarrollo en el 2009.

Son cinco poderosas líneas de fuerza, es cierto, pero aun así deberíamos ser cautelosos a la hora de establecer los diagnósticos que se derivan de ellas, porque las mutaciones se suceden a velocidad de vértigo en todos los ámbitos en los que se juega el futuro del cine. La tarea (y también el deber) de la crítica cinematográfica es la de aventurar horizontes, anunciar líneas de futuro y sugerir potencialidades; en definitiva, “mojarse” y apostar. Lo hacemos en estas páginas todos los meses y lo volvemos a hacer ahora, cuando recapitulamos sobre el año 2008 y tratamos de intuir los itinerarios que empiezan a dibujarse. Ahora bien, este mismo compromiso exige no dejarse llevar por espejismos ocasionales, evaluar con rigor el verdadero alcance de lo que hoy parece deslumbrante pero mañana podría desvelarse hueco, reflexionar con la memoria viva y atenta para no perder la perspectiva histórica, pasar por el cedazo exigente de la racionalización, en definitiva, todo posible deslumbramiento visceral.

Si queremos evitar espasmos proféticos de tres al cuarto (a los que tan dado es también el ejercicio crítico), convendría no tomar por un seísmo lo que podría ser sólo una sacudida pasajera, pero también viceversa: no diagnosticar una simple tormenta de verano cuando a lo mejor estamos siendo arrollados por un huracán. Por eso resulta cuando menos problemático certificar el auge del cine europeo y dar por catatónico al cine asiático (según la estadística de nacionalidades que arroja la lista de los mejores estrenos) ahora que la creatividad emerge con fuerza en países como Filipinas, Indonesia y Malasia (por mucho que sus autores resulten todavía “invisibles” en las salas comerciales españolas) y cuando la industria audiovisual europea se enfrenta, de inmediato, a fuertes turbulencias que amenazan sus más genuinas fuentes de originalidad.

Es decir, que deberíamos estar ya todos curados de espanto. A fin de cuentas, igual que el cine no murió cuando los apocalípticos lo anunciaron, tampoco parece que ahora vivamos tiempos de agonía, pues sobran motivos para encontrar –entre las realidades actuales– tanto síntomas alarmantes, que obligan a mantener afilado el escalpelo crítico, como razones para atisbar movimientos esperanzadores y liberadores de viejas etiquetas. Ahí están la ficción y el documental, sin ir más lejos, prestándose mutuamente sus mejores armas en busca de nuevos y fértiles caminos. Atrevámonos a explorar sin miedo ese prometedor territorio mestizo.