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Eulàlia Iglesias.

Olivier Assayas (n. 1955) apenas era un adolescente cuando estalló Mayo del 68 en París. Su juventud se vio marcada por los posteriores años setenta. Por ese turbulento remolino de militancias radicalizadas con las que una generación creyó articular políticamente la transformación del mundo. El cineasta francés ya se había aproximado a este período de su vida al inicio de su filmografía. Sobre todo en L’Eau froide (1994), su film más autobiográfico, donde el desencanto existencial y social de una pareja de jóvenes que huían de sus casas se enmarcaba en esta época: el destino de la pareja era una comuna aislada en el sur de Francia. Y en 2005 publicó un pequeño libro de memorias, Une adolescence dans l’après-Mai: lettre à Alice Debord, una revisión de sus propios años de aprendizaje, en la que constata la influencia del situacionismo en su concepción política y vital del arte.

Después de Mayo es una película propulsada, en parte, por el ejercicio retrospectivo que supuso su carta a la viuda de Guy Debord. Assayas vuelve la vista a su juventud y convierte a Gilles, un estudiante de instituto con vocación de pintor como fue él mismo, en el eje del film. Pero, lejos de centrarse en un retrato individual, el director de Irma Vep abre el cuadro para ofrecer un fresco muy detallado de la generación postsesentayochista. Hay en Después de Mayo una clara voluntad de ir más allá de la mera ambientación de época. La cámara se detiene con atención fetichista en los periódicos y fanzines que leen o editan los protagonistas, los flyers que distribuyen, los carteles que pintan o los discos que escuchan. También se hace eco de las trifulcas entre grupúsculos políticos estudiantiles en unos años en que un matiz político era motivo de escisiones sangrantes y debates encendidos. Y si las bandas sonoras de los filmes de Assayas se caracterizan por evitar cualquier uso meramente ilustrativo de las canciones de una época, aquí en cambio se ciñe con precisión de documentalista a los grupos y temas que él escuchaba en aquel momento. Nombres conocidos como los de Nick Drake, Syd Barrett o Soft Machine se combinan con grupos más oscuros como Amazing Blonder o Dr Strangely Strange. En una labor casi arqueológica, Assayas incluso desentierra películas que en ese momento suscitaban discusiones acaloradas (como la más interesante que apunta el film: “¿Cómo debe filmarse la revolución?”) y ahora están totalmente olvidadas: Laos, images sauvées (1970), de Madeleine Riffaud, sobre la resistencia a la ocupación estadounidense en este país; el biopic del líder anarquista Joe Hill (1971), firmado por Bo Widerberg; o la reivindicación indigenista del ecuatoriano Jorge Sanjinés en El coraje del pueblo (1971).

En su mirada retrospectiva a su propia juventud, Assayas evita tanto la nostalgia como la idealización de la época. Se sitúa para ello en una perspectiva de cierto distanciamiento hacia sus propios recuerdos que le permite acercarse a las turbulencias políticas de los años setenta sin decantarse abiertamente por ninguna postura, imprimiendo incluso una excesiva frialdad a la narración. Porque, más que un film político, Después de Mayo es una película de tránsito hacia la madurez, un coming of age film donde las experiencias típicas del joven que va dejando atrás su adolescencia se ven aceleradas e intensificadas por los condicionantes históricos. El protagonista va quemando etapas a la misma velocidad que mutan y se apagan las pasiones revolucionarias: los enfrentamientos con la policía, el primer amor de adolescencia que marcha al extranjero, la práctica artística de la pintura, la radicalización de la militancia y de las acciones de protesta, el descubrimiento del cine, la huida a Italia, la fascinación por las culturas de la India, la relación abierta con una compañera, la entrada en la Universidad, los primeros trabajos semiprofesionales, el descubrimiento de las drogas, el hallazgo del lado oscuro de éstas, la psicodelia, los primeros rodajes, las utopías hechas jirones, el cine como epifanía… En este sentido, la película avanza con la fluidez característica de los últimos filmes de Assayas desde Las horas del verano (2008), rasgo cada vez más común con la filmografía de Mia Hansen-Løve, sin alcanzar sin embargo la sublimación cinética de la espléndida Carlos (2010).

De hecho, se puede establecer una conexión entre Después de Mayo y Un amour de jeunesse (2011) que va mucho más allá de la presencia en ambas de Lola Créton. La militancia política ejerce en Gilles una influencia parecida a la del primer amor en la protagonista del film de Hansen-Løve. Assayas presenta el activismo del personaje como un arrebato propio de la edad (y, en este caso, del contexto) que, a pesar de hacerlo vivir intensamente, lo acaba absorbiendo en demasía (“Tengo miedo de dejar pasar mi juventud”, afirma en un momento del film). Mientras la Camille de Un amour de jeunesse se reconectaba al entorno gracias a los estudios de arquitectura, con Gilles sucede algo parecido respecto al cine, que se le presenta como una auténtica epifanía (aparición espectral incluida). El descubrimiento de la verdadera vocación laboral y artística supone en ambos casos la tabla de salvación que les permite reconducir sus vidas, dejando atrás definitivamente, aunque sin renegar de él, ese ‘amor de juventud’.