Apología del fragmento
Pablo Castellano.
Cuando parece que la lectura de Roberto Bolaño se ha convertido en el pasaporte necesario para volar a la posmodernidad, llega el realizador Nelson de los Santos y nos ofrece una libre adaptación de la novela póstuma del escritor chileno 2666 (en concreto de la cuarta parte). Ahora bien, no lo hace a modo de comunidad hi(p)stérica (masticar; tragar; vomitar), sino que el director mejicano nos lleva en un vuelo clase A, acompañados de personajes de la novela como el policía Juan de Dios o el profanador de iglesias, a la ciudad ficticia de Santa Teresa. Localidad esta que, representada ahora en imágenes visuales y sonoras, bien puede recordar al Orán de La peste de Albert Camus (entre otras cosas por la excepcional descripción que una mujer emite sobre la facilidad o dificultad de morir en Santa Teresa). Todo ello impulsado por la aclaración del feminicidio sucedido en la ciudad imaginaria.
Es aquí donde recae la importancia de la cinta. A la hora de abordar una situación de tal calado, de los Santos recurre a la fragmentación del relato, supongamos que consciente de que el concepto nunca puede atrapar a la realidad, y que por ello un relato homogeneizador resulta insuficiente. Es así que el cineasta opta por fragmentar el film tanto formalmente como narrativamente, y de manera bastante similar al cut-up de Burroughs, dando por producto una desintegración donde las distintas partes dialogan entre ellas. Así, en cuanto a la disposición formal, el espectador percibirá la contraposición dialéctica entre una fotografía en blanco y negro e imágenes en color; o el registro del espacio durante un tiempo dilatado por una cámara fija e inmediatamente después el paso a rápidos movimientos de la misma que a más de uno recordarán a determinadas secuencias festivas de Faces (Cassavettes, EEUU, 1968). Respecto a la ruptura narrativa, la historia es fraccionada en diversos testimonios y anécdotas que pasan de lo más desolador a lo más irónico y que, en ocasiones, se pisan unas a otras de manera consciente. Pero todo esto no desemboca en un resultado caótico, embrollado o anárquico sino, por el contrario, en una humilde y sabia relación entre partes sin ansias de totalidad. Si, a partir de una materia de la que solo se poseen trozos, se pretende establecer un discurso uniforme y totalizador, se está falseando; en vez de eso, esta película opta por crear ficción con su juego entre invención y realidad.
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