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Velas para el alma
Javier G. Godoy.

El duelo por la pérdida de un ser querido tiene tantas formas como seres humanos existimos. El dolor que provoca, que aparece inesperado e implacable, serpentea por nuestro cuerpo y es tan corrosivo que penetra de manera despiadada hasta nuestra alma. Ahmet, interpretado sobria y eficazmente por el propio director del film, Zeki Demirkubuz, sufre la pérdida de su mujer y de su hija. A pesar de que su entorno más cercano parece no entender el porqué de su actitud imperturbable, casi indiferente, su descenso a los infiernos será inminente e inevitable.

Nausea, que en su profundidad deja entrever influencias del cine de Farhadi, del lenguaje cinematográfico de Haneke o de retazos de la inteligente sobriedad del Nuevo Cine Rumano, transita entre las sombras de la soledad repentina, esa inhóspita estación en la que ninguna persona quiere parar. Demirkubuz construye un sutil viaje desde el abismo hacia la luz de la aceptación, e introduce tres figuras femeninas como motor de esta dura travesía: la amante de Ahmet, Asli; la asistenta, Neriman; y Özge, una antigua alumna. En una constante elipsis, las tres mujeres, metafóricos faros entre las tinieblas, gravitan alrededor del protagonista, que tiene en sus encuentros con ellas la llave de esa jaula donde su tristeza parece estar oculta y encerrada.

El fantástico trabajo del elenco actoral, la cuidada fotografía y la ausencia de banda sonora acrecientan el interesante resultado de una película áspera y necesaria, cruel reflejo del miedo al sufrimiento por la pérdida repentina: un padecimiento ineludible que nos sumerge en la más temible oscuridad. Paradójicamente, Nausea se revela como un drama duro pero optimista al hablar también de la redención y la liberación de la pena, verdaderas velas para el alma.