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Filtro de color para una realidad en blanco y negro
Pablo Castellano García.

La tradición cinematográfica experimental ha estado muy ligada desde sus orígenes al estudio del color, y especialmente en la relación que este tiene con el sonido. Estas pruebas destinadas a abrir el abanico de posibilidades de lo que suponía (y supone) la imagen en movimiento suelen tener como abanderado al británico Norman Mclaren. Ahora bien, el cine de vanguardia español no se quedó atrás en este tipo de ensayos, encontrando ejemplos como Pintura 1962-63 de Ton Sirera o Ritmes cromàtics de Jordi Artigas. Pero estudios de tal calibre, y más aún si no tienen otro objetivo que el de medir las posibilidades de un fenómeno como el cine, es difícil que encuentren un fin, que alcancen un tope. Es por ello que, aunque este interés por el color haya sido tratado en numerosas ocasiones, una película como Espectro cromático (Albert Alcoz, España, 2015) es de gran relevancia en nuestros días.

El director catalán, uno de los iconos del cine experimental de nuestro país en la actualidad (cuya obra se despliega desde una herencia puramente duchampiana hasta la propiamente cromática citada más arriba), nos ofrece con esta última obra el deambular de gente anónima por un paseo marítimo, mediado por sucesivos filtros de colores a través de una cámara fija. Este elemento cromático que intercede entre la realidad como materia prima y la cámara desborda el mero experimento y deviene en una llamada de atención a la percepción, así como un despertador para los sentidos. En una sociedad apática y gris que no da cabida a la percepción de lo cotidiano, Espectro cromático nos da una segunda oportunidad al plantearnos la dicotomía entre lo observado y lo que creemos observar; entre la objetividad y el simulacro que supone el juego con la imagen. Por todo ello, Alcoz merece el respeto que supone alejarse de una manera de hacer hegemónica para continuar abriendo la multitud de posibilidades del cinematógrafo.