Alberto Hernando

Cuenta la leyenda que el compositor Giuseppe Tartini, en un sueño, vendió al diablo su eternidad a cambio de sus servicios. El demonio tocó entonces la sonata más dulce y hermosa que Tartini, asombrado, escuchó nunca. Tal fue el origen de la Sonata para violín en sol menor, más conocida como El trino del diablo. En Nuevo altar, de Velasco Broca, lo que al principio parece un relato cronológico sobre un nuevo cura rural salido del film de Bresson, se disloca y transfigura por efecto del sueño y El trino del diablo en algo completamente distinto. Donde el choque entre el tiempo natural y la eternidad (en la que nada sucede por primera vez) puede transformar al demonio en un ser cotidiano y hacer de una primera mirada un milagro.

A modo de bisagra, a mitad de la película el Padre Julián afirma en un funeral que la eternidad ya está siendo, aunque lo olvidemos. Pues es la conciencia del tiempo y el olvido de la eternidad, que nos tientan, lo que origina el mal y la tristeza; la primera vez y la pérdida. En adelante, como desprendidas de la lógica lineal del tiempo, comenzarán a repetirse las escenas anteriores con pequeñas variaciones, tal vez motivadas por el sueño del pastor o por las manipulaciones del demonio. O tal vez se oponga la imaginación criminal del pastor, que parece sacada de un lector de novela negra, a los actos de un demonio solidario que –barrigudo, con los ojos negros y cansado de eternidad– ya no tiene fuerzas para entrar en la Iglesia e incluso se dedica a salvar vidas cambiando el Nuevo por el Viejo (y más grueso) Testamento o provocando una caída al comienzo del relato.

Porque, al igual que Cristo tuvo más edades que 33 años en las que debió de vivir como otro ser humano, y al igual que el diablo se mostró con Tartini sensible a la belleza, en Nuevo Altar el demonio termina confesándose a la cámara y elevando el mito y la eternidad a la altura de lo cotidiano. Mientras que, en dirección contraria a la desmitificadora historia, la puesta en escena de Velasco Broca se vuelve más mítica y surreal para terminar con un cura renegado que mira a su amante con unos ojos que se parecen a “los primeros ojos que miraron a la primera mujer al despertar de un largo sueño”. Un milagro con el que concluye la primera mirada de Velasco Broca a través de una cámara digital, actores, colores y un guión.