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Carlos F. Heredero.

“Luces en la oscuridad”, se titulaba nuestro editorial de diciembre de 2009 (Cahiers-España, nº 29). Le dedicábamos entonces un pequeño dossier de urgencia, situado en la sección Itinerarios, a “la vitalidad creativa que destila esa ‘pequeña gran pantalla’ en la que se ha convertido la cantera de la ficción televisiva norteamericana”. De aquella cantera provenían esas luces que iluminaban el universo de la ficción audiovisual a despecho de la oscura penuria en la que se movía ya, de forma creciente, la oferta casi generalizada de las “grandes grandes pantallas”. Pues bien, desde entonces hasta ahora ese fenómeno no ha hecho otra cosa que ampliar su radio de acción, extender sus redes por todas las ventanas audiovisuales, ganar más y más adeptos de manera incesante y crear nuevas ficciones que muestran una asombrosa capacidad de renovación y un insólito ímpetu para traspasar a la vez fronteras, formatos y mercados.

No se trata solo de la ficción televisiva norteamericana. Desde hace ya tiempo, el fenómeno tiene correspondencias bien visibles en la ficción catódica británica y empieza a echar raíces, también, en otros países europeos, España incluida. Y no solo eso, pues la capacidad de la producción televisiva para acoger o incentivar búsquedas narrativas y formales “fuera de norma” le está permitiendo crear nuevas sinergias con el ámbito de la producción fílmica: un fenómeno que tiene dimensión transnacional y que adquiere, en cada caso o en cada país, formas y modelos diferentes.

Ahí están los viajes del cine a la televisión protagonizados por Martin Scorsese, Steven Spielberg, Todd Haynes, Michael Winterbottom, Michael Mann, Neil Jordan o David Trueba, entre muchísimos otros. O el itinerario inverso recorrido por J. J. Abrams, Aaron Sorkin o Larry David. O el deslumbrante trabajo sobre ambos campos a la vez que supone, en Europa, el modelo ensayado por las últimas obras de Raúl Ruiz y Olivier Assayas. Cineastas ya consagrados en el cine que encuentran insospechados espacios de libertad en la televisión, creadores formados en la experimentación acogida por la pequeña pantalla que trasladan a la grande la sabiduría atesorada en aquélla, autores europeos que pueden desplegar sus mayores audacias al trabajar, simultáneamente, para una y para otra. En definitiva, una efervescente constelación de hibridaciones y contagios, de préstamos y de influencias mutuas que está contribuyendo a ensanchar sobremanera no solo “el campo de lo decible”, sino también la riqueza y la inventiva formal, la exploración de nuevos caminos y el ensayo de nuevas ideas.

Abrimos pues de par en par nuestro Gran Angular para empezar a dar cuenta de lo más sugerente que viene sucediendo, en los últimos tiempos, ya no solo en la ficción televisiva norteamericana, sino también en la europea. La oscuridad a la que aludíamos hace año y medio sigue estando ahí fuera, en la creciente pobreza y estandarización de la oferta en las grandes pantallas, mientras que, en el interior, a cobijo de la intemperie, en las pequeñas pantallas, las luces se multiplican con energía y con vitalidad contagiosas. Y, por el momento, solo hay una ganadora: la libertad creativa y la expansión de nuevos imaginarios. Aprovechémoslo.