Carlos F. Heredero.

Isabelle Huppert y Abbas Kiarostami nunca rodaron una película juntos (la historia del cine no tuvo esa suerte), pero en este número de Caimán CdC comparecen al unísono para ocupar  sendos Grandes Angulares que quieren ser otros tantos tributos a sus decisivas contribuciones. El encuentro se produce impulsado por la muerte del director iraní el pasado mes de julio (cuando ya estaba en la calle nuestro número de verano) y por el estreno casi simultáneo, con una única semana de diferencia, de los dos últimos y brillantísimos trabajos de la actriz francesa: El porvenir, de Mia Hansen-Løve, y Elle, de Paul Verhoeven.

Puede parecer que un director recordado in memoriam y una actriz en el esplendor de su madurez como intérprete juegan en ligas profesionales muy diferentes y, sin duda, ambos ofrecen campos de estudio que pueden discurrir –y de hecho discurren habitualmente– por muy distintos derroteros críticos y/o historiográficos. Hay razones de sobra, además, para acercarnos a cada uno de ellos por separado.

Kiarostami abrió a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado nuevos y revitalizadores caminos para un cine que, en aquel momento, parecía asfixiado por la exuberancia autorreferencial y por el ensimismamiento formalista de la posmodernidad. Limpió su cámara de adherencias, despojó a sus imágenes de servidumbres heredadas y frotó nuestros ojos con la textura de lo real, pero no para proponer un nuevo paradigma neorrealista, sino para hacernos reflexionar y para interrogarse a sí mismo sobre la naturaleza de las imágenes a través de un cine “fundado en la reeducación de la mirada”, como dice Víctor Erice.

Isabelle Huppert viene cincelando, desde hace ya más de cuarenta años, una trayectoria que alimenta y enriquece, con sabia nutricia y con un poderoso impulso creativo (como es fácil comprender al leer la entrevista que publicamos, en la que conversa con Jean-Michel Frodon), las filmografías de algunos de los más importantes cineastas del último cuarto del siglo XX y las primeras décadas del XXI: de Chabrol a Godard, de Pialat a Haneke, de Tavernier a Ferreri…

Kiarostami ya se ha ido y nos deja una herencia inagotable, a la que habrá que volver una y otra vez. Huppert sigue trabajando incansable y nos sorprende sin cesar con nuevos y cada vez más complejos registros, como sus respectivas interpretaciones de Michèle (en la película de Verhoeven) y de Nathalie (en el film de Mia Hansen-Løve) ponen gozosamente de relieve. El encuentro real entre ambos ya no será posible, y sin embargo…

Sin embargo, es bonito traerlos juntos a estas páginas. Un cineasta que habría podido imaginar a Huppert como una nueva criatura suya (ya lo hizo con Juliette Binoche) y una actriz que podría haber enriquecido el universo femenino de Kiarostami con nuevos y sugerentes registros, como ha hecho ya en varias ocasiones con otros directores de culturas muy diferentes a la suya: Michael Cimino, Brillante Mendoza, Hong Sangsoo…

Una actriz y un director: dos creadores, dos universos con los que seguimos aprendiendo.