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Paula García Terrones.

Helena Wittmann, directora, creadora y encargada de la fotografía en el largometraje DRIFT (Alemania, 2017), ha mostrado a lo largo de toda su trayectoria una especial debilidad por el mar y su representación, ya sea a través de las formas, del sonido o, incluso, a través de las sensaciones que en ella despierta: trabajos como la videoinstalación LOOK! THE SEA! (2015) o, más recientemente, KINSHIP (2016). Las reflexiones sobre las formas del mar en confluencia con su propio horizonte y el estudio sobre el sonido del océano respectivamente suponen, de alguna manera, un punto primordial en la concepción de DRIFT.

A través de la melancólica historia de dos amigas que se ven obligadas a separar sus vidas –una de ellas debe partir para Argentina mientras que la otra vuelve a Alemania–, la directora plantea una puesta en escena en la que los diálogos nunca expresan de manera directa los pensamientos de las protagonistas. Al contrario, son los propios silencios, los gestos, los que revelan al espectador lo que de verdad está sucediendo en cada una de las escenas.

Wittmann establece una palpable identificación entre la protagonista y la naturaleza, con especial presencia del mar en esta relación. Parece como si sintieran ambas, directora y personaje, que la búsqueda de su propia identidad dentro de un mundo cada vez más hostil y ajeno pasara únicamente por escuchar lo que la apabullante, armónica y bella naturaleza tiene que decirles. Por ello Wittmann utiliza largos planos donde solamente aparece el mar, con un estudio totalmente hipnótico que conjuga el movimiento, la luz y la propia concepción que tiene la protagonista de todo el escenario con el que interactúa.

La cámara parece captar en todo momento la mirada subjetiva de la protagonista. Incluso cuando esta duerme y aparecen planos ‘vacíos’ que podrían remitir a Mizoguchi, parece como si esa naturaleza también estuviera acompañando su percepción del sueño. También se pueden ver ecos de un estilo narrativo cercano a Hong Sangsoo, al utilizar la cámara como simple medio de captar la realidad intentando entrometerse lo más mínimo. O de Chantal Akerman en Jeanne Dielman, Quai du Commerce, 23 1080 Bruselas (Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, 1975), por su manera de fijar el plano concentrando toda la atención en el espacio y dejando que los personajes simplemente deambulen por el encuadre, algo que tiene que tiene mucho que ver con la idea que sobrevuela en todo momento el modo en que se desarrollan las escenas.

El título se podría traducir como ir a la deriva, dejarse llevar, ‘giro’ o incluso ‘cambio’, y todo ello parece a priori la única respuesta a la pregunta que, indirectamente, plantea la directora a lo largo de toda su película: ¿Cuál es la finalidad de la existencia?