La intensa vida
Cristina Aparicio.

Simone Weil, filósofa francesa de mediados del siglo XX, teorizaba sobre lo que podría ser la necesidad más importante del ser humano (de manera universal): echar raíces. Una necesidad entendida como arraigo, una forma de entablar relación desde la individualidad con los otros, y vincular el pasado y el futuro con el presente de cada individuo. Arya Rothe propone una reflexión al respecto con Casa da Quina, film de nueve minutos que abre una ventana a la vida de Quina, náufraga en la soledad de la vida varada en un bar de Lisboa.

A través de la voz en off, la protagonista revela el sentimiento que hay detrás de las imágenes con que Rothe construye el relato, una confesión a media voz que conduce la emoción que se esconde tras el rostro de esta mujer y de sus inquisitivas miradas a cámara. Su testimonio contradice cada plano que aparece en pantalla, la ausencia de comunicación y contacto con las demás almas errantes que se refugian en Café Estadio como alegato de ‘intensa vida’. Convencionalismos aparte, Quina se atreve a mirar a cámara, a quien juzga su forma de vida, para   cuestionar la normalización que estigmatiza cualquier desviación de conducta socialmente aceptada.

Quina ha encontrado su lugar en el mundo, un hogar de mesas vacías, de diálogos ausentes, individuos anónimos y versos de Al Berto, poeta del nuevo realismo portugués con quien comparte las ansias de vivir al margen de cualquier tipo de restricción. Echar raíces sigue siendo una necesidad básica universal, estabilidad emocional entendida hoy desde la lógica de los ‘no lugares’, las derivas existenciales y la modernidad líquida. No hay apego humano en Casa da Quina, la seguridad se consigue afianzando un espacio propio, ese lugar reivindicado por Virginia Woolf indispensable para la realización de las mujeres.