La textura de la memoria
Lara Ben-Ameur Rodríguez.
Un determinado aroma, paisaje, o el tacto de un objeto familiar ayudan a rescatar parcelas de nuestra memoria que permanecían en letargo; es precisamente en estos elementos que detonan los recuerdos donde la realizadora de origen iraní Azadeh Navai hace especial hincapié. En un recorrido de autodescubrimiento, de carácter pausado y contemplativo, donde lo sensorial se convierte en el núcleo del metraje, la autora regresa a Teherán para guiarnos a través de sus evocaciones más tempranas.
La cámara, como espejo de la propia memoria, revela el complicado engranaje de los recuerdos, estableciendo una analogía con las formas pentagonales tan relevantes para el recorrido narrativo de la obra. Deslizándonos de lo general a lo particular; de las monumentales mezquitas de Isfahán, con su virtuosa simetría, sus fríos mármoles y sus delicadas taraceas a los muros desconchados o agrietados y las especias dentro del tumulto del gran bazar; dotando a elementos inertes de vivacidad, sensibilidad y relevancia narrativa.
Un rostro observando a través de una celosía, con un gesto y una mirada apagada y ajada, nos traslada la sensación de opresión, de confusión personal, evidenciando junto con la flora que se ha secado la dureza del paso del tiempo y lo contradictorio de los sentimientos de la niñez. Navegando entre la belleza formal y las diferentes capas que subyacen en la narración, Azahed Navai aporta textura a la memoria, descubriendo como el viento, los olores y ciertos enclaves conforman nuestra memoria sensitiva con una especial visión poética.
Te puede interesar
Este mes