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Votar es importante.
Eulàlia Iglesias.

Pocos directores del cine contemporáneo gozan de un respeto tan unánime como los hermanos Dardenne. Quizá otros cineastas reciban elogios más encendidos o disponen de defensores más entregados, pero los belgas disfrutan de una apreciación generalizada que tiene poco parangón. Los Dardenne son cineastas de consenso. Y por ello, eternos candidatos a una tercera Palma de Oro. Son cineastas de consenso porque sus películas resultan prácticamente irreprochables. Incluso los más quisquillosos ante las prácticas del cine social aprecian la capacidad de los Dardenne para desarrollar filmes impecables en este terreno. A Dos días, una noche, sin embargo, se le puede plantear algún pero.

Los Dardenne forman parte de ese olimpo de grandes autores cuya carrera se configura a partir de variaciones de una misma película. Pero, desde que ganaron su segunda Palma de Oro con El niño (2005), se hace evidente en los directores de Rosetta (1999) cierta voluntad por explorar nuevos caminos en busca de un público más amplio. En El silencio de Lorna (2009) coquetearon por primera vez con elementos más propios del género, en un film que adoptaba cierta forma de thriller urbano para desarrollar una historia en torno a las mafias que trafican con personas. Incluso esbozaron cierta deriva hacia el drama más convencional. En El niño de la bicicleta (2011), optaron por un tono más luminoso para llevar a cabo un cuento de verano sobre la maternidad entendida como la asunción de una responsabilidad que poco tiene que ver con los vínculos sanguíneos. En este film, los Dardenne ensayaban un nuevo formato de reparto que ahora repiten en Dos días, una noche: una combinación entre intérpretes recurrentes (actores como Jérémie Renier, Olivier Gourmet o Fabrizio Rongione) y actores no profesionales a los que se suma una actriz famosa. Allí era Cecile de France, aquí la todavía más internacional Marion Cotillard.

Cotillard interpreta a la trabajadora de una pequeña empresa a quien despiden tras una votación. La firma se ve obligada a recortar gastos y ofrece a los obreros dos opciones: o eliminar un puesto de trabajo o suprimir la prima de mil euros que cobra cada uno de ellos. Una mayoría se decide por lo primero. Pero a Sandra sus jefes le conceden una última oportunidad. El lunes se repetirá la votación y ella cuenta con el fin de semana para convencer a una mayoría de colegas para que se decanten a su favor. Aunque Sandra, el personaje que encarna Cotillard, asume todo el peso del drama, la película con intérprete oscarizada de los Dardenne es también su obra más coral hasta el momento.

Puerta a puerta

Con una cuenta atrás que imprime tensión narrativa a la película, Sandra inicia la aventura de acercarse a sus colegas. Estuvo de baja por depresión y, aunque cuenta con todo el apoyo de su marido, todavía no siente plena confianza en ella misma. Sin embargo, asume la responsabilidad de luchar por su puesto de trabajo. La odisea de Sandra les permite a los Dardenne bajar a pie de calle y acercarse a las tribulaciones, problemas e inquietudes de diferentes trabajadores. La película sigue a la protagonista en su particular puerta a puerta para conseguir votos. Sandra acude al hogar o a los espacios de ocio de sus compañeros para discutir con cada uno de ellos sobre una decisión que afecta a su futuro. En este sentido, es clave la decisión de los directores de situar la película en el marco de una pequeña empresa. De esta manera han evitado que el conflicto laboral se dirima de forma vicaria entre los altos ejecutivos y los sindicatos. Y han alejado su película de los peligros del aleccionamiento político prefabricado. Como toda la filmografía de los Dardenne, Dos días, una noche es un film sobre la responsabilidad ante un dilema ético. Pero, por primera vez, el conflicto no incumbe solo a un individuo. En este caso, se plantea un disyuntiva que afecta a todo un grupo: ¿apostar por un puesto de trabajo o perder una parte del sueldo? ¿solidaridad obrera o mantenimiento de un precario estatus social?

Lejos de concebir a los trabajadores como una masa colectiva, los Dardenne prefieren entenderlos como una suma de individualidades cuyas razones para decantarse por apoyar o no a una compañera son más diversas e inesperadas de lo que podría suponerse. Más, en tiempos de crisis económica. En lugar de irradiar un discurso-mitin unidireccional, los Dardenne se acercan a la vida de cada personaje y se detienen a escuchar sus porqués. El ambicioso intento de un retrato coral provoca ciertas grietas en la película. A pesar de la voluntad de ofrecer, con escasas pinceladas, un perfil complejo de los diferentes trabajadores, algunos secundarios no acaban de encajar. En ciertos casos las reacciones son precipitadas o inverosímiles. En otros, se nota demasiado el equilibrio de fuerzas para evitar lo políticamente correcto sin estigmatizar  a ciertos grupos de trabajadores.

Dos días, una noche es una clara reivindicación de la importancia del ejercicio de la política y del derecho a decidir. Desde esta modesta votación, los Dardenne ponen de manifiesto la urgencia de regenerar los procesos democráticos e incentivar la participación en ellos, al tiempo que hablan de la necesidad de reactivar las redes de comunicación entre los trabajadores y dejan claro que hasta el último voto cuenta. En lugar de organizar un mitin donde se proclamen viejas consignas, Sandra promueve una consulta entre sus compañeros, contacta con cada uno de ellos para explicarles su posición, escucha sus reacciones y posturas, y acepta la decisión final. La protagonista recobra su autoestima como trabajadora no tanto por el hecho de ganar o perder unas elecciones que determinarán si acaba en el paro, sino por haber sido capaz de llevarlas a cabo. Su dignidad no viene determinada por el resultado final, sino por la decisión de luchar por su puesto de trabajo. Lo acabe manteniendo o no.