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Matar al padre
Mario Jara.

Desde un tiempo a esta parte, el cine documental toma los códigos del de ficción para replantear sus formas y enriquecer su discurso, proceso de trasvase que este último –hace ya décadas– ha asimilado de forma exitosa, mientras que el primero, más aferrado a la ortodoxia, paulatinamente comienza a incorporarlas a su esencia. Así, esa mezcla de arenas en las lindes, que afortunadamente desdibujan la frontera, no hace más que enriquecer el pozo cinematográfico de donde sería recomendable beber para surgir refrescado. Desde esta perspectiva, Las Lindas representa un ejemplo claro de aleación de códigos, donde el material de archivo, las entrevistas y la puesta en escena de ‘verdaderas’ secuencias de ficción se mezclan para moldear la historia e imprimir esa frescura que otorga el trabajar en los márgenes del género.

De esta manera, la directora Melisa Liebenthal conduce el relato por medio de las anécdotas de sus amigas de toda la vida, que son también sus historias, y se sirve de ellas para divagar y reflexionar sobre la amistad, para buscar respuestas a los enigmas de la adolescencia y para sanar las heridas que muchas veces provoca el tránsito hacia la vida adulta. El alegato de unas ‘chicas bien’ viene a responder y actualizar y, por qué no, a sacrificar la prédica de un mundo lejano y en extinción articulado por otras ‘chicas bien’: una generación a punto de desaparecer, arrinconada por el patriarcado y la tradición como la que muestra La Once (Maite Alberti, Chile, 2014). Y, puesto que cada generación debe matar a la anterior para crecer, para llegar a la adultez, para tomar el relevo y generar su propio discurso, la película de Liebenthal lo hace desde la subversión de las formas, desde la clandestinidad necesaria para borrar y traspasar las fronteras del género y, de paso, contribuir a ampliar los límites fílmicos.