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Carlos F. Heredero.

Los síntomas –y más que síntomas– están entre nosotros y son conocidos: la crisis de la distribución independiente, la desaparición del celuloide, la hegemonía ya casi consumada de los soportes digitales, la multiplicidad de ventanas y canales por los que circula la producción (circuitos culturales, ámbitos museísticos, Internet, plataformas de cine a la carta…), la creciente promiscuidad del cine con otras disciplinas –o espacios de representación– hasta ahora supuestamente alejadas del viejo circuito de las salas tradicionales (hoy gravemente amenazado en España por las dificultades para afrontar los costes de la digitalización), la obsolescencia –y fragmentación acelerada– del arcaico concepto de ‘público’ (cada vez más segmentado en múltiples perfiles y consumos diferenciados)… son algunos de los parámetros que surgen una y otra vez en el debate y con los que, inevitablemente, debe confrontarse la crítica cinematográfica si quiere jugar el papel y la función que le permita ofrecer respuestas no conformistas –ni conservadoras, ni meramente melancólicas– a este torbellino que nos zarandea.

Se trata, en todo caso, de una discusión fuertemente enraizada en el aquí y ahora de nuestras coordenadas. El pasado 12 de junio, Steven Spielberg y George Lucas profetizaron la cercana “implosión” de la industria tradicional del cine (tras el próximo fracaso en taquilla de cuatro o cinco grandes blockbusters, lo que, según ellos, dará paso a “un nuevo paradigma”) y el colapso de la exhibición tradicional en salas, lo que abriría la puerta al auge y a la entronización definitiva del VOD (cine a la carta), una vez consumada la integración total de Internet y televisión, tras lo que las grandes salas quedarían en exclusiva para la exhibición –durante largos períodos de tiempo– de costosas superproducciones cuyo precio en taquilla podría rondar los cien dólares, lo que supondría la reconversión de las proyecciones colectivas al modelo Broadway.

Sea o no realista la citada profecía, lo cierto es que resulta verosímil. De ahí la necesidad de preservar –y de defender– los espacios necesarios para salvaguardar la diversidad creativa, la pluralidad de ventanas (incluidas, entre éstas, las pequeñas salas en versión original), la multiplicidad de canales (léase: de opciones para la distribución independiente, entendida ésta no solo de cara a las salas, sino también hacia Internet/Televisión), la excepción cultural (frente al tratado de libre comercio entre Europa y EE UU) y el incesante diálogo del cine y del audiovisual con las demás artes.

Por eso entrevistamos en este número de Caimán Cuadernos de Cine a Gerard Mortier (director del Teatro Real de Madrid), para hablar con él de diferentes montajes operísticos relacionados con el cine. Por eso publicamos un reportaje sobre la crisis de la distribución independiente en España. Por eso apostamos a fondo, en nuestro Cuaderno Crítico, por el importante lanzamiento simultáneo en multiplataforma (salas, Internet y televisión), a lo largo de este verano, de la reciente trilogía de Ulrich Seidl. Por eso publicamos también varias críticas de películas que se estrenan en Filmin o en la Alhóndiga de Bilbao, canales y espacios de la nueva cosmópolis digital. Indagamos en el presente, interrogamos a nuestra realidad, buscamos respuestas.