Cintia Páez.
Un plano general da inicio a una película donde se muestra un entorno casi deshumanizado, en el que apenas se puede vislumbrar alguna figura concreta que introduzca la historia que está por contar. Este plano general, que parece pasar desapercibido, ofrece un fuerte valor descriptivo si además se le añaden las palabras que se verán a continuación. Destaca la soledad del hombre frente al escenario en el que es ubicado, donde solo los coches y el humo que exhala la industria permiten pensar que no está desprovisto de vida.
El cuarto largometraje de Eric Baudelaire habla del ser humano, pero no abusa de él frente a la cámara, o al menos, no directamente. Also known as Jihadi es un ejercicio de observación y conocimiento del paisaje, de aquellos sitios que alguna vez pisó Abdel Aziz Mekki, protagonista de la historia, a lo largo de su vida.
La puesta en escena y los recursos que utiliza Baudelaire como hilo narrativo recuerdan a los intertítulos usados en el cine mudo; pero aquí los diálogos se sustituyen por documentos legales procedentes de la investigación sobre las actividades del joven en sus viajes a Turquía y Siria, las personas con las que mantuvo contacto y su implicación en el grupo Al Nusra. No es la primera vez que el director opta por utilizar en sus largometrajes la ‘teoría del paisaje’ (o fükeiron) de Masao Adachi con la que, cámara en mano, propone un acercamiento al sujeto a través de los panoramas que conforman su vida, sin presencia alguna de los individuos frente a la cámara. Esta separación entre la imagen y el lenguaje escrito, obtenido meramente de estudios psicológicos, escuchas telefónicas o interrogatorios ya la puso en práctica en su largometraje anterior Letters to Max (2014), e incluso se pueden ver claras referencias a filmes como A.K.A. Serial Killer (Ryakushô renzoku shasatsuma, 1969), del propio Masao Adachi; o Resume of Love Affairs (Joji no rirekisho, 1965), de Koji Wakamatsu.Con un acercamiento sutil e incluso sustancialmente frío en su tratamiento, Also known as Jihadi no presenta otra cosa que no sea un relato periodístico. No existe la interacción directa con el espectador, el film documental carece de personajes que se dirijan a la cámara, invitando a participar en la historia. Los protagonistas de la película son reales pero su historia pasa desapercibida entre un paisaje que no da las respuestas que quizás el público busca. Merodearemos por los espacios en los que desenvolvió su vida en Vitry (Francia), Turquía, Siria, hasta su detención en Almería, pero no llegaremos a dilucidar los motivos que le llevaron a irse de casa, ni a saber si todo su discurso en las investigaciones judiciales es verídico o forma parte de un compendio de mentiras.Baudelaire nos adentra en el mundo no solo del joven jihadista, sino de la población musulmana en general: universitarios que se unen a ‘la causa’, padres desesperados que vigilan a sus hijos para evitar su huida y jóvenes esposas que piden como regalo un arma. Todo ello observándolo desde las afueras, pero nunca frente a frente. Sabemos que hay vida, la oímos y la sentimos, pero no la vemos.
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