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Una mujer en crisis.
Carlos F. Heredero.

Segundo largometraje de la joven directora –formada en la ESCAC– que abrió su filmografía con la muy esperanzadora Tres días con la familia (2009), esta nueva incursión de Mar Coll en el estudio de las angustias femeninas frente al entorno social y familiar que rodea a las mujeres supone, en todos los sentidos, una vuelta de tuerca adicional y una apuesta más radical. Primero, porque se trata sin duda de un film más arriesgado en su propia formulación narrativa, pues aquí estamos ante un relato conducido, en todo momento y de manera prácticamente exclusiva, por su protagonista: seguimos la trayectoria de Geni y la acompañamos en su cojera (producto de un traumático accidente, pero también metáfora de la minusvalía mental y emocional que arrastra), en sus reuniones familiares, en el trato con su marido y en su búsqueda de trabajo, y lo hacemos pegados a su itinerario físico, mientras se nos hace partícipes de sus desvalimiento, de sus limitaciones, de su perplejidad y de su sufrimiento.

El retrato y el formato guardan un sorprendente paralelismo con los de La herida, de Fernando Franco. Dos magníficas películas de 2013 emergen así como sendas y penetrantes radiografías de dos mujeres atrapadas por fuerzas –sobre todo interiores, pero también sociales– que las sobrepasan, que tiran de ellas hacia un pozo sin fondo, pero ante las que ambas oponen una fuerza vital y una determinación indomable. Marian Álvarez en La herida y Nora Navas en Todos queremos lo mejor para ella (dos interpretaciones memorables) son capaces de inyectar a Ana y a Geni, respectivamente, un aliento y una veracidad que muy pocas veces hemos visto en el cine español.

La propuesta formal y narrativa de Mar Coll podría parecer, desde un cierto punto de vista, menos rigurosa y menos extrema que la de Fernando Franco, pero lo cierto es que su película respira con fuerza y con personalidad propia. Una personalidad que, como sucedía ya en Tres días con la familia, encuentra sólidos cimientos en las escenas donde la mirada y la vivencia de su protagonista choca con las de su entorno familiar, escenas en las que un soterrado sentido del humor y una notable agudeza para perfilar de manera incisiva –con suficiente mordiente, pero sin saña­– a cada personaje contribuye a dibujar con múltiples matices el entorno que rodea a la protagonista.

Esas secuencias introducen elementos de costumbrismo dramático y sutiles pinceladas de psicologismo allí donde La herida se mostraba rigurosamente conductista, pero son precisamente ellas las que, por contraste, mejor permiten comprender algunas de la ataduras que mantienen prisionera a Geni, cuya cárcel particular no es solo física (su cojera), sino también íntima y existencial. Limitada por sus propios miedos, por su torpeza para desenvolverse en determinados ambientes, por todo lo que tiene que perder en relación con su estatus social, marital y profesional. Geni ronda ya la cuarentena y, de pronto, se ve a sí misma como alguien que no encaja ni siquiera consigo misma.

Esos fragmentos de Todos queremos lo mejor para ella alternan con los itinerarios de su protagonista en solitario, algunos de ellos contrapunteados por una banda sonora de vocación expresionista que, lejos que querer integrarse en el diapasón dramático de la narración, pugna por hacerse notar: ahí se juega, y además con llamativa audacia, una de las principales señas de identidad de este film que a veces parece resucitar lejanos ecos de la Nouvelle Vague francesa y otras busca su propio camino con tanta determinación como la que muestra su protagonista.

Sus imágenes se mueven con soltura entre registros contrapuestos (saltando sin solución de continuidad entre la comedia y el drama), exploran con intencionalidad expresiva los espacios y los decorados, las maneras y los titubeos con los que Geni se mueve entre ellos. Son imágenes que tratan de capturar el vacío generado por la ausencia de certezas, la inseguridad que produce la pérdida de confianza en las personas y en los valores que hasta entonces habían construido a una mujer que, poco a poco, empieza a redescubrirse como ‘otra’, como un ser ajeno a todo lo que antes le resultaba fiable, como una persona a quien el espejo social ya no le devuelve ninguna imagen tranquilizadora. En la radiografía de esa nueva, inestable y difusa identidad que trata de reconstruirse a partir de la tragedia, que busca a tientas nuevas referencias y que indaga a ciegas en el interior de sí misma se encuentra lo más valioso de una película que ofrece uno de los más veraces y conmovedores retratos femeninos de todo el cine español reciente.

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Entrevista con Mar Coll (de Caimán Cuadernos de Cine, nº 19)