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Elena Canorea

“La reconocida ausencia de frontera entre la no-locura y la locura no me permite atribuir un valor diferente a las percepciones y a las idas que son el fruto de la una o de la otra”.

Así argumentaba André Breton su visión sobre la línea invisible que separa la locura de la cordura. Daydreams (Caroline Deruas, 2016) juega constantemente con esta franja de lo real y lo imaginado, de las ensoñaciones y de los problemas puros y duros de la vida cotidiana, todo ello enmarcado en una localización tan enigmática como es Villa Médici, en Roma.

Deruas vuelve a retratar la figura de la mujer como su protagonista fetiche, algo habitual en sus trabajos, pero esta vez deja de lado el blanco y negro característico de sus cortometrajes para centrarse en el uso de los colores. Daydreams está lleno del blanco puro de las antiguas estatuas romanas, el verde fresco de la naturaleza y el rojo pasional de la locura, el amor, la muerte. Y es que Daydreams tiene mucho rojo, y Deruas no duda en teñir la pantalla con él. Una contraposición de colores que ayuda a crear esa sensación que oscila entre la calma y la tormenta, el pasado y el presente, Italia y Francia, el fracaso y el triunfo. Esta dualidad de conceptos está representada en las dos protagonistas, Axele y Camille. Una, fotógrafa, libre, caótica; otra, escritora, casada y madre, tranquila y paciente. Dos mujeres muy distintas pero que se ven arrastradas por los mismos miedos, los sueños rotos y por una localización centenaria, cuna de artistas, que se convierte en un personaje más.

La película habla de la soledad, de un grito desesperado hacia el amor no correspondido, hacia la necesidad de un compañero de viaje, una mano amiga. Recuerda mucho a su corto La Mal aimée, retrato de una mujer que sufre por un amor que la atrapa y no la deja avanzar. Así como a Le Feu, le sang, les étoiles, con la propia directora como protagonista, en el que la figura de la mujer, la representación de una mirada, de un recuerdo, se capturan en una fotografía. Axele tiene un poco de estas mujeres, y no consigue verse a sí misma si no es a través de un espejo, una lente o su propio trabajo como fotógrafa, lo que hace que su desesperación se proyecte en ensoñaciones, en el pasado, en el maltrato de su propio cuerpo.

La película supone una propuesta que le plantea al espectador la duda de hasta dónde llega lo real y lo imaginario, de si en realidad la muerte está más presente que la vida, y si el sueño se apodera de la necesidad de estar despierto.